Page 81 - Tito - El martirio de los judíos
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                NO era yo el único en temer la venida de una nueva Bestia.

                En el foro estuve oyendo a un hombre que, encaramado sobre un mojón,
                anunciaba con voz chillona que se estaba acercando a Roma un cerdo
                con garras de gavilán. Iba a clavar sus zarpas en el cuerpo de los
                hombres. Iba a lacerar el Imperio, a destruir sus ciudades.


                —¡Escuchad, escuchad, la tierra ruge, se estremece de ira!


                Y yo sentía el suelo vibrar bajo mis pies.

                Algunas insulae se habían derrumbado en varios barrios. El templo de
                los César había sido alcanzado por un rayo. Un bosque plantado para
                celebrar la dinastía surgida de César y de Augusto se estaba
                marchitando; todos sus árboles habían muerto. No volvería a haber
                emperador nacido de ese linaje y las estatuas de todos los Augustos
                habían sido reunidas en un templo y fueron destrozadas haciendo rodar
                sus cabezas por el suelo.

                ¿Quién sería el nuevo emperador?


                ¿Ese Galba que había salido de Hispania sin parecer tener prisa en
                llegar a Roma?

                Era viejo: más de setenta y tres años. Era feo. Y ya se recordaba a
                Nerón como un emperador juvenil, muerto a los treinta y un años.


                ¿Debía Roma ser gobernada tras él, el emperador Apolo, por un
                hombrecillo calvo de cuerpo deforme, de cuyo lado derecho colgaba una
                protuberancia carnosa tan voluminosa que sólo podía contenerla
                mediante una venda?

                ¿Un emperador canoso, enfermo de gota, de pies y manos retorcidos
                hasta el punto de ser incapaz de calzarse o de desenrollar un
                manuscrito?


                ¿Un avaro que jamás pagaría lo que sus libertos y Sabino habían
                prometido a los pretorianos?


                ¿Un disoluto que no tenía la audacia de un Nerón, quien se había
                atrevido a casarse con Sporo y con Pitágoras, a ser marido y mujer?

                Galba fingía ser respetuoso con las costumbres, y se negaba a ser mujer
                aunque no dejaba de elegir para sí machos vigorosos y maduros. El
                primero de todos era ese Icelo al que había libertado y que iba depilado,



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