Page 86 - Tito - El martirio de los judíos
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Me condujeron ante Ben Zacarías, que encabezaba la embajada, y
reconocí de inmediato su silueta flaca y su demacrado rostro aún más
afilado por una barba canosa. Busqué con la mirada, en la casa donde
me recibió, a su hija Leda, cuyo recuerdo me tenía a menudo en vela.
Me atreví a preguntar por ella y vi cómo se le crispaba el rostro. Me dijo
con voz ahogada que Leda se había ido con esos locos zelotes y sicarios
que creían poder liberar a su pueblo de Roma. Se encontraba con ellos
en Jerusalén.
—Necesitamos paz —murmuró.
Conocía la profecía de Josefo ben Matías pero, añadió en seguida, un
judío no tenía por qué leer el porvenir a los romanos. Sólo Dios elegía, y
puede que Josefo hubiese querido sencillamente salvar la vida.
—Nerón ha muerto —contesté.
Hablé con voz más queda.
—¿Quién puede creer que Galba vaya a conseguir reinar? Ese hombre
no puede ser emperador de la humanidad.
—Están Otón y Vitelio, y otros más —objetó.
—¿Por qué no Vespasiano y Tito? Puede que Josefo ben Matías haya oído
la voz de vuestro dios.
Apartó los brazos y me señaló que los judíos de Alejandría y todos
aquellos que no estaban cegados por la locura y habían conservado algo
de raciocinio reconocerían al emperador que los ciudadanos de Roma
eligieran para sí.
El rostro se le iluminó con una sonrisa de cansancio.
—Algunos de los nuestros son ciudadanos romanos. Yo lo soy.
—¿Honráis al emperador?
Agachó la cabeza.
—Celebramos sacrificios en su honor.
Pensé que su hija Leda era romana, y me alegré por ello; luego recordé
el destino que tuvieron los habitantes de Jotapata y de Tiberiades, las
mujeres a quienes los soldados habían violado y destripado, o vendido
como esclavas tras haber abusado de ellas.
—Debo regresar a Galilea —dije.
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