Page 84 - Tito - El martirio de los judíos
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emperador, o bien Otón, ese disoluto que en aquel entonces se casó con
Popea por orden de Nerón. Como esposo supuestamente complaciente,
había facilitado los encuentros entre su mujer y el emperador, pero,
quizá enamorado de su nueva esposa y celoso de Nerón, se había
rebelado inesperadamente y sólo había salvado la vida por ser amigo de
Séneca.
Todo esto sucedió en aquellos tiempos pretéritos en que Nerón hacía
caso a Séneca.
Otón había sido desterrado y ahora regresaba a Roma junto con Galba,
y ya se murmuraba que era el rival de este último, que se había negado
a adoptarlo y a convertirlo en su sucesor.
Escribí a Vespasiano y a Tito que debían evitar reconocer la autoridad
de ninguno de esos hombres —Galba, Otón, Vitelio— que pretendían
gobernar el Imperio. Por mucho que los pretorianos o sus soldados los
aclamaran y nombraran emperadores, nadie podía saber cuál de ellos
se saldría con la suya.
Así, Sabino acababa de aparecer degollado en el alojamiento de un
soldado. Arrastraron su cadáver hasta el centro del campamento de los
pretorianos. Lo rodearon con una empalizada y, al día siguiente, todos
aquellos que quisieron pudieron contemplarlo y oler esa carne
descomponiéndose.
«Deja que esos ambiciosos se maten entre sí y se pudran», escribí a
Vespasiano.
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