Page 89 - Tito - El martirio de los judíos
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—Dios da a cada cual la esperanza que se merece —susurró.


                No vi la expresión de su rostro, oculto en la penumbra.

                Luego hablamos de nuestra partida, que él quería retrasar algo más
                para encontrarse con el que sucedería a Galba, pues Ben Zacarías
                también creía en el próximo derrocamiento y muerte del anciano que
                imaginaba estar reinando.


                Pude apreciar claramente, moviéndome por Roma, que el poder ya
                había quedado disuelto.


                Cada cual actuaba como le parecía, sin respetar leyes ni costumbres. La
                única regla era la crueldad.


                Los libertos de Galba —Icelo, Vinio y Lacorobaban, mataban, sabedores
                de que su amo no tardaría en ser derrocado. Los esclavos ya no
                respetaban nada, atracaban, se emborrachaban, se apoderaban con
                codicia de todo lo que se ponía al alcance de sus manos. Pretorianos y
                soldados estaban demasiado ocupados enfrentándose entre sí y
                eligiendo un nuevo emperador para preocuparse por los disturbios que
                ensangrentaban la ciudad y que no tardaron en extenderse por todas las
                provincias del Imperio.


                Las tropas de Germania habían nombrado emperador a su general,
                Vitelio, uno de los más depravados y corruptos cortesanos de Nerón, un
                delator y un vividor.


                En Roma los pretorianos habían aclamado a Otón, otro allegado a
                Nerón que había compartido con el emperador los vicios más
                extravagantes, los cuerpos más disolutos, empezando por el de Popea.
                Pero lo querían por emperador precisamente porque la plebe se
                acordaba de Nerón, de sus repartos de grano, de los juegos que ofrecía.

                En cuanto al anciano Galba, se imaginaba que seguía reinando cuando
                en realidad era despreciado por todos, pues sumaba la vileza a la
                impotencia.


                Me enteré de que había pagado a asesinos para que fueran a Galilea a
                matar a Vespasiano y a Tito, a quienes temía como posibles rivales.
                Pero, al llegar a Cesarea, los matones se entregaron para obtener el
                perdón de Vespasiano, y denunciaron al emperador.

                Era asimismo sabido que Galba, a su llegada a Roma, había ordenado
                matar a cientos de remeros de la flota de Misena a quienes Nerón
                prometió constituir en legión. Cuando pidieron al nuevo emperador que
                respetara la palabra de su antecesor, Galba hizo que la caballería
                pretoriana cargara contra ellos y los asesinara.








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