Page 93 - Tito - El martirio de los judíos
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                RECUERDO cada momento de aquella travesía.

                Me uní a Ben Zacarías apenas navegamos mar adentro. Se encontraba
                en la proa, agarrando con las manos dos cordajes, sus brazos se
                mantenían alzados y tendidos como si fuera un crucificado.

                Me coloqué a su lado, acercando mis manos a las suyas. Nuestros
                cuerpos se rozaban, apoyándose el uno en el otro.


                No me miró. Su rostro se dirigía al cielo. El viento le echaba el pelo
                hacia atrás y su perfil huesudo era regular, vigoroso. Aquel hombre
                endeble era a la vez poderoso y voluntarioso.


                Cuando embarcamos en Ostia, descubrí a un grupo de hombres, de
                mujeres y de niños sentados, apretujados unos contra otros en el puente.
                La mayoría ocultaban su rostro, unos apoyando la frente contra sus
                rodillas y rodeando sus piernas con los brazos, otros agachando su
                cabeza cubierta con un velo.

                Interrogué a Ben Zacarías con la mirada.


                —Mi pueblo es orgulloso —susurró tendiendo la mano hacia esos
                cuerpos encogidos, acurrucados—. Lo habéis esclavizado. Está vencido.

                Dio unos cuantos pasos, deteniéndose ante alguno que otro de aquellos
                judíos que había comprado a unos mercaderes recién llegados de
                Galilea y de Judea con grandes cargamentos de esclavos.

                —¡Habéis encadenado y mancillado a los que no habéis matado! —
                añadió.


                En Roma, el precio de los esclavos judíos se había venido abajo. Y eran
                tan numerosos que la comunidad judía no había podido comprarlos a
                todos.


                Ben Zacarías se había quedado con los más jóvenes.


                —En Alejandría —dijo—, cuando sople el viento del norte, reconocerán
                los perfumes de Idumea, de Judea, de Samaria y de Galilea. Estarán a
                pocos días de marcha de Jerusalén.


                Tras pronunciar esas palabras, se dirigió hacia la proa y yo lo seguí, no
                siendo ya la costa de Italia sino una delgada línea negra que subrayaba







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