Page 97 - Tito - El martirio de los judíos
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                VI cómo Ben Zacarías se alejaba.

                Justo cuando quise seguirlo por el puerto de Alejandría, el que se halla
                enfrente de la isla de Faros, el tribuno militar que había venido a
                recogerme me detuvo.

                —Deja que se vaya ese judío —me dijo—. Tiberio Alejandro te está
                esperando.


                Protesté, pero Ben Zacarías sonrió con rostro cansino mientras reunía a
                su alrededor a los esclavos judíos que había comprado en Roma.


                —Soy ciudadano romano —susurró mirando de frente al tribuno—. Pero
                soy judío. ¿Será que para ti y tu prefecto Tiberio no soy un auténtico
                romano?


                Se alejó unos pasos del tribuno.


                —Sólo Dios sopesa y conoce el valor de un hombre —añadió—. Quienes
                lo olvidan son gente fútil. Me apretó la mano.


                —Me importa lo que opines de mí, Sereno. Eres un caballero romano, un
                romano de verdad, allegado a Vespasiano y a Tito, pero lo primordial es
                que siento en ti el advenimiento de la fe. ¡Dios está germinando en tu
                alma, Dios va a vivir en ti!


                —Creo en Cristo —le dije—. No se trata de tu dios, Zacarías.


                —Dios es Dios —se limitó a contestar.

                Dicho esto, se dirigió hacia las anchas avenidas rectilíneas que se
                abrían al final del muelle.

                Caminaba a zancadas, balanceando los brazos como si quisiera
                lanzarse, dar un salto. Sus esclavos judíos lo seguían atropelladamente,
                formando un grupo alborotado y alegre. Volvían a encontrarse con su
                tierra de Oriente y con aquel viento del desierto, desabrido, seco,
                ardiente, que tan a menudo soplaba en Judea, en Idumea, en Galilea.
                Habían regresado a casa.


                —Has elegido a los judíos para regresar con nosotros —me dijo Tiberio
                Alejandro al recibirme en su palacio.








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