Page 98 - Tito - El martirio de los judíos
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Me miró detenidamente durante un largo rato con sus ojos hundidos,
                dos destellos negros en su rostro afilado y huesudo.

                Había recibido aquella misma mañana un correo de Roma, salido de
                Ostia después de mi embarcación.


                Me enseñó las tablillas y los rollos manuscritos que traían las últimas
                noticias.


                El Senado había reconocido a Vitelio, y éste había celebrado sacrificios
                por los manes de Nerón y organizado festividades que recordaban las
                del emperador histrión. La plebe había aclamado a los citaristas y a los
                condenados a las fieras.


                Tiberio Alejandro apartó con violencia las tablillas y los rollos. Algunos
                manuscritos cayeron al suelo y los empujó con la punta del pie.

                —Conozco a Vitelio —empezó diciendo—. Mírale el vientre, los labios, y
                sabrás quién es. No come, engulle: su boca es una cloaca. Es más
                corrupto y cobarde que Nerón. Como reine, todos los enemigos de
                Roma, aquellos a quienes hemos vencido y sometido, se rebelarán. Y tus
                judíos, Sereno, serán los primeros en hacerlo; luego serán los galos, los
                germanos, los partos. Y jamás tomaremos Jerusalén, nos expulsarán de
                Judea y de Galilea.

                Se interrumpió y se acercó a mí.


                —¿Qué desea Vespasiano? Lo conoces. Los soldados creen en él. Si él
                quiere, lo aclamarán. Los presagios le son favorables.

                Tiberio se puso a dar vueltas por la sala que la oscuridad empezaba a
                invadir.


                —En el campo de batalla de Bedriac —dijo—, antes de que los ejércitos
                de Otón y de Vitelio se enfrentaran, dos águilas lucharon entre sí
                durante un largo rato ante los soldados de ambos ejércitos. Una de ellas
                acabó vencida, pero una tercera apareció y ahuyentó a la vencedora.
                Esa águila de alas inmensas procedía del Levante.

                Tiberio añadió que los soldados de Oriente, los de la legión de Egipto,
                pero también los de las de Siria, de Judea y de orillas del Danubio,
                temían que Vespasiano los sustituyera por las tropas de Germania y que
                los trasladara a orillas del Rin.

                —Prefieren a las mujeres de aquí —añadió sin esbozar la más leve
                sonrisa—. Si Vespasiano quiere… Se interrumpió y me preguntó:


                —¿Qué sabes acerca de sus deseos?







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