Page 99 - Tito - El martirio de los judíos
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Le hablé de la profecía de Josefo ben Matías, capturado tras la caída de
                la ciudad de Jotapata, que había defendido con valor y heroísmo.

                —Anunció la caída de Nerón, la sucesión de emperadores. Ya han
                muerto dos. Cuando Nerón aún seguía reinando, dijo que se
                presentarían tres sucesores, luego lo oí repetir: «El salvador vendrá de
                Judea». Vespasiano lo escuchó; lo trata más como a un huésped que
                como a un preso.


                —No me gustan los sacerdotes judíos —rezongó Tiberio Alejandro—.
                Son serpientes. Embaucan a quienes quieren perder. Ése pretendía
                salvar su pellejo. Aduló a Vespasiano. Pero, para ser emperador, hay que
                quererlo con todo el cuerpo y no conformarse con la profecía de un
                judío. Te lo pregunto, Sereno: ¿sabrá Vespasiano quererlo?

                —Si los soldados quieren —murmuré—. Y por tanto, si tú quieres,
                Tiberio.


                Tiberio se alejó como si quisiese ocultar su rostro en la penumbra.


                Quedé asombrado por mi propia audacia, por las palabras que me
                salían de la boca.


                Dije que si una de las legiones, sobre todo la de Egipto, se pronunciaba
                a favor de Vespasiano, todas las demás, las de Judea, de Siria, del
                Danubio, la seguirían. Pero alguien tenía que dar el primer paso.


                —Conoces la importancia de Egipto, Tiberio. Si Roma se queda sin el
                trigo del valle del Nilo, se muere de hambre.

                Entraron unos esclavos portando lámparas, antorchas y candelabros.
                Tiberio Alejandro salió de la penumbra.


                —Hablaré con los soldados —musitó sin apenas mover los labios,
                apretando las mandíbulas.


                Dio unas cuantas órdenes. Quería que un trirreme estuviera dispuesto
                para zarpar a la mañana siguiente.


                —Saldrás para Cesarea. Dirás a Vespasiano que los soldados de la
                legión de Egipto lo elegirán emperador el primero de julio.


                Por tanto, Vespasiano tenía por delante siete días para convocar a los
                tribunos de las demás legiones y pedirles que imitaran a la de Egipto.

                —Dile que no dude de mí, Sereno. No soy un profeta judío, sino un
                prefecto de Roma. Juro que actuaré tal como te he dicho.


                Tendió el brazo.





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