Page 90 - Tito - El martirio de los judíos
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Pero ésta, al igual que las demás unidades pretorianas, ya no le era fiel.
                Galba se había quedado sin defensa.

                Otón dio a cada soldado diez mil sestercios y prometió otros cincuenta
                mil si eliminaban al viejo.


                Cuando, en los idus de enero, apenas seis meses después de haber sido
                nombrado emperador, Galba acudió al Foro, era un hombre solo al que
                sus asesinos estaban esperando.


                Asistí al asesinato de Galba al igual que otros miles de romanos.


                Se presentó en litera, muy cerca del llamado lago de Curcio, que no es
                sino un pozo cavado en el centro del Foro, aunque dicen que por esa
                cavidad se accede a las divinidades infernales.

                La multitud se acercó a la litera y comenzó a zarandearla.


                Ya sólo era un frágil esquife en medio de la tormenta. Le arrancaron la
                enseña imperial.


                De repente, oí el galope de los caballos. La caballería pretoriana
                apareció en el extremo del Foro. La muchedumbre se echó a los lados,
                ocupó los pórticos y los espacios que habían sido elevados para asistir
                al espectáculo. Fui uno de tantos romanos que vieron a los jinetes lanzar
                sus venablos contra la litera imperial.


                Galba salió de ella con heridas por todo el cuerpo. Lo vi levantar la
                cabeza, ofreciendo su cuello a la espada de un centurión.


                Más adelante, me contaron que había gritado: «¡Adelante, si es lo mejor
                para el pueblo romano!».


                Cayó. Le cortaron la cabeza. La clavaron en una pica. La exhibieron y la
                muchedumbre bramó. Echaron a correr con la lanza en ristre
                chorreando sangre. Llevaron la cabeza a Otón, y luego alinearon ante el
                nuevo emperador las de los llenos de Galba: Icelo, Vinio y Laco.


                Algunos soldados mojaron sus espadas en la sangre de los muertos,
                otros hundieron sus manos, y mostraron a Otón sus palmas y dedos
                ensangrentados, sus cuchillas enrojecidas, reclamando recompensas
                por esos asesinatos, por esa elección al trono imperial.


                El Senado se reunió para prestar juramento a Otón.

                Mientras tanto, las cabezas de Galba y de sus libertos fueron
                mancilladas, mutiladas.


                Vendieron la de Vinio a su hija por dos mil quinientos dracmas.





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