Page 87 - Tito - El martirio de los judíos
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Me miró detenidamente y luego me propuso que me embarcara en la
nave que llevaría a la embajada judía de vuelta a Alejandría. Desde allí
me resultaría más fácil llegar hasta Cesarea.
—Si Jerusalén no se somete —proseguí—, tendremos que conquistarla, y
¿qué quedará de ella tras los combates?
Se levantó.
—Jerusalén es una ciudad sagrada —murmuró—. No destruyáis nuestro
Templo.
Separé a mi vez los brazos en señal de impotencia y de sometimiento a
la fatalidad, a la elección divina.
Ben Zacarías me tomó las manos y las apretó con fuerza.
—¡Salvad vidas, os lo ruego! —dijo—. Toda vida es el templo de Dios.
Su actitud, su voz, la presión de sus huesudos dedos me emocionaron.
Supe que estaba pensando en Leda.
Farfullé unas palabras antes de agradecerle su propuesta: regresaría
con él a Alejandría.
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