Page 82 - Tito - El martirio de los judíos
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pulido y perfumado. Lo mismo ocurría con dos libertos más que también
                compartían su lecho. Además, ese Vinio y ese Laco eran, al parecer,
                rapaces probablemente peores que Tigelino. Ellos habían protegido al
                antiguo delator y prefecto del pretorio de Nerón a cambio de unos
                cuantos cofres repletos de monedas de oro.


                Al atravesar los barrios más pobres de Roma me di cuenta de que ya se
                estaba echando de menos a Nerón.


                Al cabo de unos días, muchas de las estatuas del emperador difunto que
                habían sido derribadas fueron nuevamente colocadas sobre su pedestal.
                Empezaron a celebrarse en torno a ellas cultos y sacrificios.


                Vi, algo apartados de esos grupos entre los que se repetía que Nerón
                había sobrevivido y que iba a reaparecer, a hombres de mirada
                penetrante, a mujeres con el pelo cubierto con velos azules. Reconocí a
                algunos de los que, en la colina de los jardines y luego ante la tumba, se
                habían acercado a Actea, la habían consolado antes de alejarse,
                evitando el gentío, al que parecían temer.

                Interpelé a un hombre que permanecía inmóvil, vestido con una toga
                blanca.


                —Eres un discípulo de Cristo —le dije.


                Se me quedó mirando detenidamente.

                —Me llamo Toranio —se limitó a contestar.


                —Te he visto junto a Actea, has visto arder el cuerpo de Nerón. Has
                visto a Actea recoger sus cenizas. ¿Qué haces aquí con los tuyos? ¿No
                estarás lamentando su muerte, verdad? ¿Acaso has olvidado que
                ajustició a tus hermanos de religión?


                Puso una mano sobre mi hombro y me llevó a una habitación sombría
                situada en un edificio medio derruido.


                —La tierra tiembla de ira —dijo.

                Entonces reconocí al hombre que, encaramado sobre el mojón, había
                anunciado con voz chillona la irritación de la tierra.


                —El mundo se va a acabar —dijo—. La Bestia ha muerto, el Anticristo
                ha sido castigado por Dios, pero ya van apareciendo otros cerdos. Hay
                guerra por todas partes: en Galia, en Judea y en Galilea. Están
                crucificando. Están masacrando. Entregan a-los hombres a las fieras.


                Le empezó a temblar la voz.

                —Escucha lo que dice nuestro Dios, Cristo: «Habrá guerras. Las
                naciones se alzarán contra las naciones, los reinos contra los reinos.



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