Page 269 - Resiliente
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     Recordaba tantas veces que Mauro y yo habíamos subido, en la
                   juventud, a ver a Máximo en su casa y a sentarnos a charlar,
                   todos esos momentos habían sido desbancados por el horror
                   que ahora teníamos que enfrentar.
                   Los padres de Máximo habían sido como segundos padres para
                   todos nosotros, siempre estuvieron allí, apoyándonos, cuidán-
                   donos en una forma mágica, paternal y amorosa, no puedo des-
                   cribir el dolor que me causa ver este edificio y no encontrarme
                   con la vivaracha madre de Máximo, o su positivo y siempre atento
                   padre, ahora iba a ver sus cadáveres ambulantes.
                   Solo escuchábamos el sonido de nuestros pasos en la amplitud
                   del eco, y los gemidos incansables de miles de Zs en toda
                   la ciudad, pasamos piso tras piso, siempre viendo esa destruc-
                   ción tan característica, esas señales de desesperanza, de hui-
                   da, de ataque... en cada uno de ellos había una historia
                   terrible y diferente, un charco de sangre diferente, una
                   mancha, una marca... algo que evidenciara que aquel que hubiese
                   estado aquí, independientemente de su situación, si era un Z
                   o un vivo, había causado la muerte de alguien literalmente.
                   Seguimos ascendiendo hasta llegar al piso del apartamento de
                   Máximo, escuche unos gemidos y me gire rápidamente llevándome
                   el dedo a los labios, Cleo sollozaba, no la culpo, ella también
                   paso parte de su adolecencia (Cuando conoció a Máximo estudia-
                   ban juntos en la Universidad) junto con sus padres y había sido
                   atendida por su calidez... igual que nosotros, menos mal que
                   Mauro pudo salvarse de ésta, no aguantaria ver lo que pueda es-
                   tar dentro, como tampoco soportaria el peso de nuestra infancia
                   y vida, siendo destruida nuevamente por todo este infierno.
                   Mire la reja blanca con madera del modesto apartamento, y cami-
                   namos hacia el sin ningunas ganas de entrar, Máximo entonces
                   enrojeció y sus ojos se humedecieron, sentía un nudo en
                   la garganta, y en eso escuchamos unos fuertes alaridos prove-
                   nientes del piso de abajo.
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