Page 85 - Resiliente
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el cuello, un chorro de sangre me pego en la chaqueta, retrocedí

                   asqueado por que el olor era terrible y observe que más venían
                   de la nada, camine rápido hasta la escopeta y la agarre una vez

                   más, le metí otros cartuchos y acabe con los que quedaban.



                   Cuando me di cuenta de que mi ira se había disipado, tenía los
                   cadáveres de muchos de esos malditos revividos alrededor de mí,

                   en el carro donde me había subido estaban los cadáveres de los
                   histéricos, y los demás que había partido sin piedad.



                   Entonces me puse a pensar, que esas cosas habían sido humanas,

                   estaba cubierto de sangre humana y comencé a ensuciar mi cabeza
                   con rencor y a la vez con culpa, mire a una chica de la mitad

                   de la adolescencia a la que le había disparado sin discriminar
                   forma ni estatura, retrocedí y deje caer el arma, y entonces

                   supe, que aquella extinción no solamente iba para los hombres,
                   si no para los pensamientos y las actitudes.



                   Ahora me gustara o no, tendría que hacer eso siempre para

                   vivir... y si no lo hacía, si dejaba que la vergüenza me reina-
                   ra, entonces sería mi fin y el de mis amigos si eso depende

                   de mí, agarre el hacha de la cabeza de uno de los infectados
                   y el despegue, dejando salir por el agujero más sangre, suspire

                   lentamente el hedor e intente que mi cuerpo soltara la náusea
                   y se acostumbrara a él.



                   Me temblaba todo, las piernas, las manos, y me toqué la cara

                   y sentí que estaba, de hecho, llorando ¿Por qué mierda estaba
                   llorando? Comencé a caminar de nuevo hacia las escaleras y pasé

                   junto a un carro y me vi en el reflejo del chapado, un hombre
                   de un metro setenta y cinco, ancho y totalmente cubierto de

                   sangre, con un hacha en una mano y una escopeta en la otra,
                   mi pelo sudoroso pegado al cráneo y cayéndome sobre la cara,

                   mis ojos... diferentes... allí había un hombre que yo nunca
                   había visto, que había masacrado a todas esas personas enfer-

                   mas, que había matado, un vil asesino.






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