Page 56 - Aldous Huxley
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                  como tu brillante carraca.

                  Doce  estrofas  suspirantes.  Después  la  copa del amor pasó de mano en mano por
                  segunda vez. Ahora la fórmula era: Bebo por el Ser Más Grande. Todos bebieron. La
                  música sonaba, incansable. Los tambores redoblaron. El  clamor  y  el  estridor  de  las
                  armonías se convertían en una obsesión en las entrañas fundidas. Cantaron el Segundo
                  Himno de Solidaridad:


                  ¡Ven, oh Ser Más Grande, Amigo Social,

                  a aniquilar a los Doce-en-Uno!


                  Deseamos morir, porque cuando morimos nuestra

                  vida nids grande apenas ha empezado.


                  Otras doce estrofas. A la sazón el  soma  empezaba ya a producir  efectos.  Los  ojos
                  brillaban,  las  mejillas  ardían,  la  luz interior de la benevolencia universal asomaba a
                  todos los rostros en forma de sonrisas felices, amistosas.  Hasta Bernard  se  sentía  un
                  poco conmovido. Cuando Morgana Rotschild se volvió y le dirigió una sonrisa radiante,
                  él hizo lo posible por corresponderle. Pero la ceja, aquella ceja negra, única, ¡ay!, seguía
                  existiendo.  Bernard  no podía ignorarla; no podía, por mucho que se esforzara. Su
                  emoción, su fusión con los demás no había llegado lo bastante lejos. Tal vez si hubiese
                  estado sentado entre Fifi y Joanna... Por tercera vez  la  copa  del  amor  hizo  la  ronda.
                  Bebo por la inminencia de su Advenimiento, dijo  Morgana  Rotschild,  a  quien,
                  casualmente, había correspondido iniciar el rito circular. Su voz sonó fuerte, llena de
                  exultación.  Bebió  y  pasó  la  copa  a Bernard. Bebo por la inminencia de su
                  Advenimiento,  repitió  éste  en  un  sincero intento de sentir que el Advenimiento era
                  inminente; pero la ceja única seguía obsesionándole, y el Advenimiento, en lo que a él
                  se refería, estaba terriblemente lejano. Bebió y pasó la copa a Clara Deterding. Volveré
                  a fracasar -se dijo-. Estoy seguro. Pero siguió haciendo todo lo posible por mostrar una
                  sonrisa radiante.


                  La copa del amor había dado ya la vuelta.


                  Levantando la mano, el presidente dio una señal; el coro rompió  a  cantar  el  Tercer
                  Himno de Solidaridad:


                  ¿No sientes como llega el Ser Más Grande?

                  ¡Alégrate, y, al alegrarte, muere!


                  ¡Fúndete en la música de los tambores!

                  Porque yo soy tú y tú eres yo.

                  A cada nuevo verso aumentaba en intensidad la excitación de las voces. El presidente
                  alargó la mano, y de pronto una Voz, una Voz fuerte y grave, más musical que cualquier
                  otra voz meramente humana, más rica, más cálida, más vibrante de amor, de deseo, y de
                  compasión, una voz maravillosa, misteriosa, sobrenatural, habló desde un punto situado
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