Page 52 - Aldous Huxley
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                  -Todos  los hombres son físicoquimicamente iguales -dijo Henry sentenciosamente-.
                  Además, hasta los Epsilones ejecutan servicios indispensables.

                  -Hasta los Epsilones...


                  Lenina recordó súbitamente una ocasión en que, siendo todavía una niña, en las escuela,
                  se había despertado en plena noche y se había dado cuenta, por primera vez, del susurro
                  que acosaba todos sus sueños. Volvió a ver el rayo de luz de luna, la hilera de camitas
                  blancas; oyó de nuevo la voz suave, suave, que decía (las palabras seguían presentes, no
                  olvidadas, inolvidables después de tantas repeticiones nocturnas): Todo  el  mundo
                  trabaja para todo el mundo. No podemos prescindir de nadie. Hasta los Epsilones son
                  útiles. No podíamos pasar sin los Epsilones. Todo el mundo trabaja para todo el mundo.
                  No podemos prescindir de nadie ... Lenina recordaba su primera impresión de temor y
                  de sorpresa; sus reflexiones durante media hora de desvelo; y después, bajo la influencia
                  de  aquellas  repeticiones interminables, la gradual sedación de la mente, la suave
                  aproximación del sueño...

                  -Supongo que a los Epsilones no les importa ser Epsilones -dijo en voz alta.


                  -Claro que no. Es imposible. Ellos no saben en qué consiste ser otra cosa. A nosotros sí
                  nos importaría, naturalmente. Pero nosotros fuimos  condicionados  de  otra  manera.
                  Además, partimos de una herencia diferente.


                  -Me alegro de no ser una Epsilon -dijo Lenina, con acento de gran convicción.

                  -Y  si  fueses  una  Epsilon -dijo Henry- tu condicionamiento te induciría a alegrarte
                  igualmente de no ser una Beta o una Alfa.

                  Puso en marcha la hélice delantera y dirigió el aparato hacia Londres. Detrás de ellos, a
                  poniente, los tonos escarlata y anaranjado casi estaban totalmente marchitos; una oscura
                  faja de nubes había ascendido por el cielo. Cuando volaban por encima del Crematorio,
                  el aparato saltó hacia arriba, impulsado por la columna de aire caliente que surgía de las
                  chimeneas, para volver a bajar bruscamente cuando penetró en la corriente de aire frío
                  inmediata.


                  -¡Maravillosa montaña rusa! -exclamó Lenina riendo complacida.

                  Pero el tono de Henry, por un momento, fue casi melancólico.

                  -¿Sabes en qué consiste esta montaña rusa? -dijo-. Es un ser humano que desaparece
                  definitivamente. Esto era ese chorro de aire caliente. Sería curioso saber quién había
                  sido, si hombre o mujer, Alfa o Epsilon...

                  -Suspiró, y después, con voz decididamente alegre, concluyó-: En  todo  caso,  de  una
                  cosa podemos estar seguros, fuese quien fuese, fue  feliz  en  vida.  Todo  el  mundo  es
                  feliz, actualmente.

                  -Sí, ahora todo el mundo es feliz -repitió Lenina como un eco.
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