Page 49 - Aldous Huxley
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                  -¿Sí? -dijo Helmholtz, sin el menor interés. Y, tras una breve pausa, prosiguió-: Desde
                  hace una o dos semanas he dejado los comités y las muchachas. No puedes imaginarte
                  el alboroto que ello ha producido en la Escuela. Y, sin embargo, creo que ha merecido
                  la pena. Los efectos... -Vaciló-. Bueno, son curiosos, muy curiosos.


                  Una deficiencia física puede producir una especie de  exceso  mental.  Al  parecer,  el
                  proceso era reversible.


                  Un exceso mental podía producir, en bien de sus propios fines, la voluntaria ceguera y
                  sordera de la soledad deliberada, la impotencia artificial del ascetismo.


                  El  resto  del  breve vuelo transcurrió en silencio. Cuando llegaron y se hubieron
                  acomodado en los divanes neumáticos de la habitación de Bernard, Helmholtz reanudó
                  su disquisición.


                  Hablando muy lentamente, preguntó:

                  -¿No has tenido nunca la sensación de que dentro de ti había algo que sólo esperaba que
                  le dieras una oportunidad para salir al exterior? ¿Una especie de energía adicional que
                  no empleas, como el agua que se desploma por una cascada en lugar de caer a través de
                  las turbinas?

                  Y miró a Bernard interrogadoramente.

                  -¿Te  refieres  a todas las emociones que uno podría sentir si las cosas fuesen de otro
                  modo?


                  Helmholtz movió la cabeza.

                  -No es esto exactamente. Me refiero a un sentimiento extraño que experimento de vez
                  en cuando, el sentimiento de que tengo algo importante que decir y de  que  estoy
                  capacitado  para  decirlo;  sólo  que  no  sé de qué se trata y no puedo emplear mi
                  capacidad. Si hubiese alguna otra manera de escribir... O alguna otra cosa sobre la cual
                  escribir... -Guardó silencio unos instantes, y, al fin, prosiguió-: Soy muy experto en la
                  creación de frases; encuentro esa clase de palabras que le hacen saltar a uno como si se
                  hubiese sentado en un alfiler, que parecen nuevas y excitantes aun cuando se refieran a
                  algo que es hipnopédicamente obvio. Pero esto no me basta. No basta que las frases
                  sean buenas; también debe ser bueno lo que se hace con ellas.

                  -Pero lo que tú escribes es útil, Helmholtz.


                  -Para lo que está destinado, sí. -Se encogió de hombros Helmholtz-. Pero su destino, ¡es
                  tan poco trascendente! No son cosas importantes. Y yo tengo la sensación de que podría
                  hacer algo mucho más importante. Sí, y más intenso, más violento. Pero, ¿qué? ¿Qué se
                  puede decir, que sea más importante? ¿Y cómo se puede ser violento tratando de las
                  cosas que esperan que uno escriba? Las palabras pueden ser como los rayos X, si se
                  emplean adecuadamente: pasan a través de todo. Las lees y te traspasan. Esta es una de
                  las cosas que intento enseñar a mis alumnos: a escribir de manera penetrante. Pero, ¿de
                  qué sirve que te penetre un artículo sobre un Canto de Comunidad, o la última mejora
                  en  los  órganos de perfumes? Además, ¿es posible hacer que las palabras sean
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