Page 45 - Aldous Huxley
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                  Es escandalosa la falta de puntualidad de esos servicios atlánticos.

                  Retiró el pie del acelerador. El zumbido de las palas situadas encima de sus cabezas
                  descendió  una  octava  y  media,  volviendo  a pasar de la abeja al moscardón, y
                  sucesivamente  al  abejorro, al escarabajo volador y al ciervo volante. El movimiento
                  ascensional del aparato se redujo; un momento después  se  hallaban  inmóviles,
                  suspendidos en el aire. Henry movió una palanca y sonó un chasquido. Lentamente al
                  principio, después cada vez más de prisa hasta que se formó una niebla circular ante sus
                  ojos, la hélice situada delante de ellos empezó a girar. El viento producido por  la
                  velocidad horizontal silbaba cada vez más agudamente en los estays. Henry no apartaba
                  los ojos del contador de revoluciones; cuando la aguja alcanzó la  señal  de  los  mil
                  doscientos, detuvo la hélice del helicóptero. El aparato tenía el suficiente impulso hacia
                  delante para poder volar sostenido solamente por sus alas.

                  Lenina miró hacia abajo a través de la ventanilla situada en el suelo, entre  sus  pies.
                  Volaban  por  encima  de la zona de seis kilómetros de parque que separaba Londres
                  central de su primer anillo de suburbios satélites. El verdor aparecía hormigueante de
                  vida, de una vida que la visión desde lo alto hacía aparecer achatada.


                  Bosques de torres de Pelota Centrífuga brillaban entre los árboles.

                  -¡Qué horrible es el color caqui! -observó Lenina, expresando en voz alta los prejuicios
                  hipnopédicos de su propia casta.

                  Los edificios de los Estudios de Sensorama de Houslow cubrían siete hectáreas y media.
                  Cerca de ellos, un ejército negro y caqui de obreros se afanaba revitrificando la
                  superficie de la Gran Carretera del Oeste. Cuando pasaron volando por encima de ellos,
                  estaban  vaciando  un  gigantesco crisol portátil. La piedra fundida se esparcía en una
                  corriente de incandescencias cegadoras por la superficie  de  la  carretera;  las
                  apisonadoras de amianto iban y venían; tras un camión de riego debidamente aislado, el
                  vapor se levantaba en nubes blancas.

                  En Brentford, la factoría de la Corporación de Televisión parecía una pequeiía ciudad.


                  -Deben de relevarse los turnos -dijo Lenina.

                  Como áfidos y hormigas, las muchachas Garrimas, color verde hoja,  y  los  negros
                  Semienanos pululaban alrededor de las entradas, o formaban cola para ocupar  sus
                  asientos en los tranvías monorraíles. Betas-Menos de color de mora iban y venían entre
                  la multitud.


                  Diez minutos después se hallaban en Stoke Poges y habían empezado su primera partida
                  de Golf de Obstáculos.

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                  Bernard  cruzó la azotea con los ojos bajos casi todo el tiempo, o desviándolos
                  inmediatamente  si  por  azar  tropezaban con alguna criatura humana. Era como un
                  hombre perseguido, pero perseguido por enemigos que no deseaba ver, porque sabía que
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