Page 55 - Aldous Huxley
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                  llamar la atención lo menos posible, y disponiéndose a mostrar un ceño fruncido a los
                  que llegarían después.

                  Volviéndose hacia él, la muchacha sentada a su izquierda le preguntó:


                  -¿A qué has jugado esta tarde? ¿A Obstáculos o a Electro-magnético?

                  Bernard la miró (¡Ford!, era Morgana Rotschild), y, sonrojándose, tuvo que reconocer
                  que no había jugado ni a lo uno ni a lo otro. Morgana le miró asombrada. Y siguió un
                  penoso silencio.


                  Después, intencionadamente, se volvió de espaldas y se dirigió al hombre sentado a su
                  derecha, de aspecto más deportivo.

                  Buen principio para un Servicio de Solidaridad, pensó Bernard, compungido, y previó
                  que volvería a fracasar en sus intentos de comunión con sus compañeros. ¡Si al menos
                  se hubiese concedido tiempo para echar una ojeada a los reunidos, en lugar de deslizarse
                  hasta  la  silla  más  próxima!  Hubiera podido sentarse entre Fifi Bradlaugh y Joanna
                  Diesel. Y en lugar de hacerlo así había tenido que sentarse precisamente al  lado  de
                  Morgana  ¡Morgaiza!  ¡Ford! ¡Aquellas cejas negras de la muchacha! ¡O aquella ceja,
                  mejor, porque las dos se unían encima de la nariz! ¡Ford! Y a su derecha estaba Clara
                  Deterding. Cierto que las cejas de Clara no se unían en una sola. Pero, realmente, era
                  demasiado neumática. En tanto que Fifi y Joanna estaban muy bien. Regordetas, rubias,
                  no demasiado altas... ¡Y aquel patán de Tom Kawaguchi había tenido la suerte de poder
                  sentarse entre ellas!


                  La última en llegar fue Sarojini Engels.

                  -Llega usted tarde -dijo el presidente del Grupo con severidad-. Que no vuelva a ocurrir.


                  El presidente se levantó, hizo la señal de la T y, poniendo en marcha la música sintética,
                  dio suelta al suave e incansable redoblar de los tambores y al coro de instrumentos -
                  casiviento y supercuerda- que repetía con estridencia, una y otra vez, la breve  e
                  inevitablemente pegadiza melodía del Primer Himno de Solidaridad.


                  Una y otra vez, y no era ya el oído el que captaba el ritmo, sino el diafragma; el quejido
                  y  estridor de aquellas armonías repetidas obsesionaba, no ya la mente, sino las
                  suspirantes entrañas de compasión.

                  El presidente hizo otra vez la señal de la T y se sentó. El servicio había empezado. Las
                  tabletas de soma consagradas fueron colocadas en el centro de la  mesa.  La  copa  del
                  amor llena de soma en forma de helado de fresa pasó de mano en mano, con la fórmula:
                  Bebo por mi aniquilación. Luego, con el acompañamiento de la orquesta sintética, se
                  cantó el Primer Himno de Solidaridad:


                  Ford, somos doce; haz de nosotros uno solo,

                  como gotas en el Río Social;


                  haz que corramos juntos, rápidos
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