Page 66 - Aldous Huxley
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                  horriblemente, y había perdido mis raciones de soma. Tuve que andar horas. No llegué
                  al refugio hasta pasada la medianoche. Y la chica no estaba; no  estaba  -repitió  el
                  director. Siguió un silencio-. Bueno -prosiguió, al fin-, al día siguiente se organizó una
                  búsqueda. Pero no la encontramos. Debió de haber caído por algún precipicio; o acaso
                  la  devoraría  algún  león  de  las montañas. Sábelo Ford. Fue algo horrible. En aquel
                  entonces me trastornó profundamente. Más de lo lógico, lo confieso. Porque, al fin y al
                  cabo, aquel accidente hubiese podido ocurrirle a cualquiera; y, desde luego, el cuerpo
                  social persiste aunque sus células cambien. -Pero aquel consuelo hipnopédico no parecía
                  muy eficaz.

                  Y el director se sumió en un silencio evocador.


                  -Debió de ser un golpe terrible para usted -dijo Bernard, casi con envidia.

                  Al  oír  su  voz, el director se sobresaltó con una sensación de culpabilidad, y recordó
                  dónde  estaba;  lanzó  una  mirada  a  Bernard, y, rehuyendo la de sus ojos, se sonrojó
                  violentamente; volvió a mirarle con súbita desconfianza, herido en su dignidad.


                  -No vaya a pensar -dijo- que sostuviera  ninguna  relación  indecorosa  con  aquella
                  muchacha. Nada emocional, nada excesivamente prolongado. Todo fue perfectamente
                  sano y normal. -Tendió el permiso a Bernard-. No sé por qué le habré dado la lata con
                  esta anécdota trivial-. Enfurecido consigo mismo por haberle revelado un secreto tan
                  vergonzoso,  descargó su furia en Bernard. Ahora la expresión de sus ojos era
                  francamente maligna-. Deseo aprovechar esta oportunidad, Mr. Marx -prosiguió- para
                  decirle  que  no  estoy  en  absoluto satisfecho de los informes que recibo acerca de su
                  comportamiento en las horas de asueto. Usted dirá que esto no me incumbe. Pero sí me
                  incumbe. Debo pensar en el buen nombre  de  este  Centro.  Mis  trabajadores  deben
                  hallarse por encima de toda sospecha, especialmente los de las castas altas. Los Alfas
                  son condicionados de modo que no  tengan forzosamente que ser infantiles en  su
                  comportamiento emocional. Razón de más para que realicen un esfuerzo especial para
                  adaptarse. Su deber estriba en ser infantiles, aun en contra de sus propias inclinaciones.
                  Por esto, Mr. Max, debo dirigirle esta advertencia -la voz del director vibraba con una
                  indignación que ahora era ya justiciera e impersonal, viva expresión de la desaprobación
                  de la propia infracción de las normas del decoro  infantil-,  si  siguen  llegando  quejas
                  sobre su comportamiento, solicitaré su transferencia a algún Sub-Centro, a ser posible
                  en Islandia. Buenos días.


                  Y, volviéndose bruscamente en su silla, cogió la pluma y empezó a escribir.

                  Esto le enseñará, se dijo. Pero estaba equivocado. Porque Bernard salió de su despacho
                  cerrando de golpe la puerta tras de sí, crecido, exultante ante el pensamiento de que se
                  hallaba solo, enzarzado en una lucha heroica contra el orden de las cosas; animado por
                  la embriagadora conciencia de su significación e importancia individual. Ni siquiera la
                  amenaza de un castigo le desanimaba; más bien constituía para él un estimulante. Se
                  sentía lo bastante fuerte para resistir y soportar el castigo, lo bastante fuerte hasta para
                  enfrentarse  con  Islandia. Y esta confianza era mayor cuanto que, en realidad, estaba
                  íntimamente convencido de que no debería enfrentarse con nada de aquello. A la gente
                  no se la traslada por cosas como aquéllas. Islandia no era más que una amenaza. Una
                  amenaza sumamente estimulante. Avanzando por el pasillo, Bernard no pudo contener
                  su deseo de silbotear una canción.
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