Page 71 - Aldous Huxley
P. 71
71
triunfante. Y al pie de la misma, aquí y allá, un mosaico de huesos blanqueados o una
carroña oscura, todavía no corrompida en el atezado suelo, señalaba el lugar donde un
ciervo o un voraz zopilote atraído por el tufo de la carroña y fulminado como por una
especie de justicia poética, se habían acercado demasiado a los cables aniquiladores.
-Nunca escarmientan -dijo el piloto del uniforme verde, señalando los esqueletos que,
debajo de ellos, cubrían el suelo-. Y nunca escarmentarán -agregó riendo.
Bernard también rió; gracias a los dos gramos de soma, el chiste, por alguna razón, se le
antojó gracioso.
Rió y después, casi inmediatamente, quedó sumido en el sueño, y, durmiendo, fue
llevado por encima de Taos y Tesuco; de Namba, Picores y Pojoaque, de Sía y Cochiti,
de Laguna, Acoma y la Mesa Encantada, de Cibola y Ojo Caliente, y despertó al fin
para encontrar el aparato posado ya en el suelo, Lenina trasladando las maletas a una
casita cuadrada, y el ochavón Gamma verde hablando incomprensiblemente con un
joven indio.
-Malpaís -anunció el piloto, cuando Bernard se apeó-. Ésta es la hospedería. Y por la
tarde habrá danza en el pueblo. Este hombre los acompañará. -Y señaló al joven salvaje
de aspecto adusto-. Espero que se diviertan -sonrió-. Todo lo que hacen es divertido. -
Con estas palabras, subió de nuevo al aparato y puso en marcha los motores-. Mañana
volveré. Y recuerde -agregó tranquilizadoramente, dirigiéndose a Lenina- que son
completamente mansos; los salvajes no les harán daño alguno. Tienen la suficiente
experiencia de las bombas de gas para saber que no deben hacerles ninguna jugarreta.
Riendo todavía, puso en marcha la hélice del autogiro, aceleró y partió.