Page 70 - Aldous Huxley
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                  -Toma un gramo -sugirió Lenina.

                  Bernard se negó a ello, prefería su ira. Y, por fin, gracias a Ford, lo logró; sí, allá estaba
                  Helmholtz; Helmholtz, a quien explicó lo que ocurría, y quien prometió ir  allá
                  inmediatamente y cerrar el grifo; sí, inmediatamente, pero al mismo tiempo aprovechó
                  la oportunidad para repetirle lo que D.I.C. había dicho en público la noche anterior. -
                  ¿Cómo? ¿Que busca un sustituto para mí? -La voz de Bernard era agónica-. ¿Así que
                  está decidido? ¿Habló de Islandia? ¿Sí? ¡Ford! ¡Islandia ... !

                  Colgó el receptor y se volvió hacia Lenina. Su rostro  aparecía  muy  pálido,  con  una
                  expresión abatida.


                  -¿Qué ocurre? -preguntó la muchacha.

                  -¿Qué ocurre? -Bernard se dejó caer pesadamente en una silla-. Van a enviarme  a
                  Islandia.

                  En el pasado, a menudo se había preguntado qué efecto debía de producir ser objeto
                  (privado de soma y sin otros recursos que los interiores) de algún gran proceso, de algún
                  castigo, de alguna persecución; y hasta había deseado el sufrimiento. Apenas hacía una
                  semana,  en  el  despacho  del director, se había imaginado a sí mismo resistiendo
                  valerosamente, aceptando estoicamente el sufrimiento sin una sola queja. En realidad,
                  las amenazas del director lo habían exaltado, le habían  inducido  a  sentirse  grande,
                  importante. Pero ello -ahora se daba perfecta cuenta- obedecía  a  que  no  las  había
                  tomado en serio; no había creído ni por un instante que, en el momento de la verdad, el
                  D.I.C.  tomara decisión alguna. Pero ahora que, al parecer, las amenazas iban a
                  cumplirse, Bernard estaba aterrado. No quedaba ni rastro de su estoicismo imaginativo,
                  de su valor puramente teórico.

                  Lenina movió la cabeza.

                  -Él fue y él será tanto me dan -citó-. Un gramo tomarás y sólo el es verás.


                  Al  fin  le  convenció para que se tomara cuatro tabletas de  soma.  Al cabo de cinco
                  minutos, raíces y frutos habían sido abolidos; sólo la flor del presente se abría, lozana.
                  Un mensaje del portero les avisó que, siguiendo órdenes del Guardián, un vigilante de la
                  Reserva había acudido en avión y les esperaba en la azotea. Bernard y Lenina subieron
                  inmediatamente.  Un ochavón de uniforme verde de Gamma les saludó y procedió a
                  recitar el programa matinal.

                  Vista panorámica de diez o doce de los principales pueblos, y aterrizaje para almorzar
                  en  el  Valle  de Malpaís. El parador era cómodo, y en el pueblo los salvajes
                  probablemente celebrarían su festival de verano. Sería el lugar más adecuado para pasar
                  la noche.


                  Ocuparon sus asientos en el avión y despegaron. Diez minutos más tarde cruzaban la
                  frontera que separaba la civilización del salvajismo. Subiendo y bajando por las colinas,
                  cruzando los desiertos de sal o de arena, a través de los bosques y de las profundidades
                  violeta  de  los  cañones,  por  encima  de despeñaderos, picos y mesetas llanas, la valla
                  seguía ininterrumpidamente la línea recta, el símbolo geométrico del propósito humano
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