Page 69 - Aldous Huxley
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-No hay fuga posible -repitió el Guardián, indicándole que volviera a sentarse; y, como
el permiso aún no estaba firmado, Bernard no tuvo más remedio que obedecer-. Los que
han nacido en la Reserva... Porque, recuerde, mi querida señora -agregó, sonriendo
obscenamente a Lenina y hablando en un murmullo indecente-, recuerde que en la
Reserva los niños todavía nacen, sí, tal como se lo digo, nacen, por nauseabundo que
pueda parecernos...
El hombre esperaba que su referencia a aquel tema vergonzoso obligara a Lenina a
sonrojarse; pero ésta, estimulada por el soma, se limitó a sonreír con inteligencia y a
decir:
-No me diga.
Decepcionado, el Guardián reanudó la peroración.
-Los que nacen en la Reserva, repito, están destinados a morir en ella.
Destinados a morir... Un decilitro de agua de Colonia por minuto. Seis litros por hora.
-Tal vez -intervino de nuevo Bernard-, tal vez deberíamos...
Inclinándose hacia delante, el Guardián tamborileó en la mesa con el dedo índice.
-Si ustedes me preguntan cuánta gente vive en la Reserva, les diré que no lo sabemos.
Sólo podemos suponerlo.
-No me diga.
-Pues sí se lo digo, mi querida señora.
Seis por veinticuatro... no, serían ya seis por treinta y seis... Bernard estaba pálido y
tembloroso de impaciencia. Pero, inexorablemente, la disertación proseguía.
-... Unos sesenta mil indios y mestizos..., absolutamente salvajes... Nuestros inspectores
los visitan de vez en cuando... aparte de esto, ninguna comunicación con el mundo
civilizado... conservan todavía sus repugnantes hábitos y costumbres... matrimonio,
suponiendo que ustedes sepan a qué me refiero; familias... nada de condicionamiento...
monstruosas supersticiones... Cristianismo, totemismos y adoración de los
antepasados... lenguas muertas, como el zuñí, el español y el atabascano... pumas,
puerco-espines y otros animales feroces... enfermedades infecciosas... sacerdotes...
lagartos venenosos...
-No me diga.
Por fin los soltó. Bemard se lanzó corriendo a un teléfono. De prisa, de prisa; pero le
costó tres minutos encontrar a Helmholtz Watson.
-A estas horas ya podríamos estar entre los salvajes -se lamentó-. ¡Maldita
incompetencia!