Page 101 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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EL  MUNDO  DE  LA  CONQUISTA:  LA  EXPLOTACIÓN  DE  LOS  REINOS   101

      ron incorporados por los soberanos, especialmente antigónidas y atáli-
      das, que apreciaban su valor y su total entrega. Los semitas eran también
     muy apreciados, incluso en Egipto, donde acostumbraban a sustituir a
     los griegos en el ejército.
         Los soberanos debían recurrir cada vez más a elementos nativos a fin
     de paliar la carestía de soldados griegos. A partir de la batalla de Rafia
      (217), los lágidas decidieron incorporar egipcios. Más de la mitad de las
     tropas seléucidas llegó a estar formada por indígenas.
         Tanto la afluencia de mercenarios extranjeros como la leva de solda­
     dos indígenas provocó una progresiva «barbarización» del ejército. Según
     M. Launey, en ello reside el drama del mundo helenístico: demasiado es­
     casos para poder defender por sí solos sus reinos, los conquistadores vie­
     ron afectados, progresivamente, los principios mismos de su civilización.


     La condición del mercenario


        El mercenario, a menudo exiliado para siempre, se convirtió en una
     especie de apátrida desprovisto de cualquier derecho político.  La vida
     militar y la vida civil, tan estrechamente unidas en la Grecia clásica, se di­
     sociaron definitivamente.  Cierto es que había guarniciones, unidades e
     incluso asociaciones de soldados que votaban los decretos honoríficos y
     elegían magistrados, pero dicha actividad carecía de auténtica realidad
     y, seguramente, dejaba traslucir la nostalgia que muchos de ellos sentían
     por las antiguas instituciones.
        La condición social del mercenario es difícil de definir, ya que evo­
     lucionó de modo considerable. En el siglo III, estaba bien retribuido en
     metálico y en especies, sin contar con las ventajas suplementarias, lo que
     hacía que la  carrera  de las  armas  estuviera muy solicitada.  El soldado
     era, a la sazón, un personaje bien alimentado, bien vestido, bien servido,
     y feliz con su situación. Por el contrario, en el siglo II, con la crisis eco­
     nómica que castigó severamente a las monarquías helenísticas, la profe­
     sión perdió muchos de sus atractivos: mal remunerado y menesteroso, el
     soldado no era muy distinto del campesino con el que, forzado a cultivar
     su tierra, compartía las ocupaciones más bajas.
        Semejante evolución explica las nuevas relaciones entre el soldado y
     la población de la ciudad o de la aldea donde estaba acantonado. En el si­
     glo III, las quejas contra los mercenarios eran numerosas: durante el rei­
     nado de Evergetes, hubo propietarios que arrancaban las techumbres de
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