Page 70 - Lévêque, Pierre - El mundo helenístico
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70                    EL  MUNDO  HELENÍSTICO

       ter y de Hera Basileia (Reina), separados por el Pritaneo. La ciudad ba­
       ja, alrededor de una espaciosa ágora rodeada por una columnata a dos
       pisos, era el centro comercial. En resumen, aquella ciudad, erigida para
       rivalizar con Atenas, y donde vieron la luz tantas innovaciones, fue un
       logro admirable. «¿Qué tienen en común los trofeos con los que Roma
      jalona el mundo y la pasión con que los helenísticos hicieron, del vasto
       espacio  de  Pérgamo,  una  arquitectura  desplegada  desde  el  horizonte
       hasta los dioses?» (A. Malraux).                           ^
          Semejante éxito se explica por las múltiples actividades que albergó
      Pérgamo por deseo de los atálidas. No es el comercio lo que justifica su
       desarrollo, puesto que estaba demasiado apartada de las grandes rutas
       que alcanzaban el Asia interior, pero era el centro de una rica campiña
       (trigo, olivares, viñedos) y se practicaba una cría científica por selección
       de especies.  Se instaló en ella una industria diferenciada: perfumes, pa­
      ños finos, papel de pergamino (cuyo nombre proviene del nombre de la
       ciudad). Además, era la capital de un Estado que, sin tener las dimen­
       siones de los grandes reinos helenísticos, era uno de los más ricos y me­
      jor administrados.
          La ambición de los atálidas era convertir Pérgamo en la Atenas del
      mundo helenístico. Su biblioteca rivalizaba con la de Alejandría; el pa­
      lacio real albergaba un auténtico museo de escultura, en el que, sin du­
       da, nació la crítica de arte. Su escuela de retórica y sus talleres de escul­
      tores, partidarios del género patético y del efectismo (véase la pág.  144),
      eran justamente célebres, al igual que sus artistas dionisíacos, protegidos
      también por los soberanos, y gracias a los cuales la ciudad se convirtió
      en  el principal centro de  arte  dramático.  Tal vez  el mejor homenaje  a
      Pérgamo sea el de Plinio el Viejo  (33,  149):  «A partir de la muerte de
      Atalo  [el soberano que legó sus Estados a Roma], los romanos empeza­
      ron  a amar,  y no  solamente  a  admirar,  las maravillas  extranjeras».  En
      cuanto a servir de escuela, Pérgamo es a Roma lo que Atenas a Grecia.


      Alejandría de Egipto


          «Todo lo que pueda existir o producirse en la tierra se encuentra en
      Egipto: fortuna, deporte, poder, cielo azul, gloria, espectáculos, filóso­
      fos, oro fino, niños hermosos, templos de los dioses adelfos, un rey muy
      bondadoso, museos, vino, todas las cosas buenas que podemos desear, y
      mujeres, tantas mujeres...» Este es el discurso confuso, pero verídico, de
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