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Yo Beto: Una Historia Chévere para contar


               Hasta en su lecho de muerte, mi tía Alicia me protegió y defendió, presiono la recon-
            ciliación con mi madre después de que me sacaron de la familia hacia 20 años, esto
            ocurrió en la casa de mi tía Alicia.





               Óscar Isidro, mi primo hermano, me enseñó a montar en bicicleta frente a la casa de
            mi tía Alicia, en la calle 26, frente al cementerio central, yo cerré los ojos, y me fui de
            jeta contra unos canastos de panadería, eso se convirtió en fiesta y risas por parte de
            la familia González y vaciada, como siempre, por parte de mis padres.







               A los 21 años, en la casa de Ernesto Sánchez y Elvira de Sánchez, tía del amor de
            mi vida, en el barrio santa Isabel, hubo una ceremonia especial, donde mi padre me
            permitió fumar delante de él y de todo el mundo, claro que yo ya había empezado a
            fumar unos años atrás.





               En una de las habitaciones gigantescas de la casa de la familia Casis, Óscar Isidro
             y Beto, o sea yo, éramos los únicos que tenían el privilegio para entrar a la casa du-
             rante el mes de diciembre, que era cuando el señor Casis, armaba el espectacular
             tren eléctrico. Nos daban jugo de curuba en unas copas de vidrio largas y nosotros
             dos,  éramos  los  únicos  chinos  que  podían  jugar  con  los  chinos  Casis,  Jaime  y
             Enrique (el picado)






               En la época de 1960, el presidente de la república vivía en el palacio de san Carlos,
            que ahora es la cancillería frente al teatro Colon. Mi padre me llevaba a las 5 de la tarde
            para que disfrutara de la espectacular ceremonia de cambio de guardia, del batallón
            de la guardia presidencial y la “arriada” de la bandera o pabellón nacional, eso era muy
            hermoso. Íbamos a verlos siempre y cuando los callos plantares de mi padre se lo per-
            mitieran.




               Para un disfraz en el colegio, mi madre me hizo una máscara en tela que me cu-
             bría el rostro y la cabeza. Yo quería parecerme al santo, el enmascarado de plata, así
             como en las películas que veía con mi padre en el teatro Egipto. Como el presupues-
             to  no  alcanzaba  para  tela  plateada,  sino  para  tela  negra,  entonces  quede  como  el
             enmascarado negro, al principio chille mucho, pero al final fue más chévere, porque fui
             la envidia de todos los chinos.



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