Page 283 - Biografia
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Jorge Humberto Barahona González



               Los regalos, se suponía aparecían debajo de la almohada después de dormirse, el 24
            de diciembre a las 12 de la noche para lucirlos con todos los amigos el 25 de diciembre,
            cuando nuestros padres, con todos los primos y tíos organizaban el paseo de olla a la
            media torta. Pero ese año, nada de regalo bajo la almohada y yo sin decir nada, lloraba
            y lloraba, serian como las 12:10 de la madrugada del 25 de diciembre, cuando de pron-
            to, mis padres me dicen: “Acabamos de hablar con el niño Dios, que lo perdones
            por no haberte esperado para hablar contigo, pero que te quiere mucho y que
            debajo de la escalera te dejo, de todas tus peticiones, el que espera sea el más
            grande y el que más te guste, ya que este año tuvo muchos niños a los que les dio
            regalo y poca plata, y que te sigas portando como hasta ahora”. Inmediatamente
            salte al lugar que me había dicho el niño Dios y que creen que encontré…? Un camión,
            no, un camionsote en madera, con carrocería de estacas para cargar ganado y lo más
            importante, yo cabía sentado en ese camión. En ese momento me sentí como el dueño
            del mundo, bese a mis padres, abrace a mis amigos y fui el chino más feliz del mundo.


               Ahora, después de 60 años, me acuerdo como si hubiera sido ayer que recibí este
            regalazo de navidad, lloro de alegría y se me eriza la piel, como la Amparo Grisales,
            en “Yo me llamo”.




                                        EL COMPLIQUE PARA


                                         CONOCER EL RELOJ










               Con la paciencia y el amor de mi madre y el cariño y afecto de Amandita, lograron,
             después de 20 días, con ejemplos sencillos pero muy didácticos, que ya se me olvida-
             ron, es que consideren que han pasado más de 60 años y el Alzheimer que va haciendo
             estragos en los recuerdos, pero en fin. Les decía que después de arduas jornadas, ob-
             viamente, sin que mi padre estuviera presente, ya que si hubiera estado, nunca habría
             aprendido a manejar el reloj de pulso y los grandes de las iglesias.


               Para mí fue muy complicado aprender a conocer ese artefacto llamado reloj, no com-
             prendía porque el palito grande marcaba las horas y el palito chiquito marcaba los mi-
             nutos, mucho menos comprendía, por qué a las 12 de la noche, se cumplían 24 horas
             del día, para cambiar al otro día. Pienso que desde el momento que aprendí, cogí la
             buena costumbre de ser puntual en las citas y ordenado con mi tiempo.


               Amanda y Blanca, gracias…!




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