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Yo Beto: Una Historia Chévere para contar
En las noches, montaba en triciclo grande con Yaneth, visitaba los pozos de agua
azufrada (donde odiaba ir, primero porque lo embadurnaban a uno con barro medi-
cinal y segundo, por el olor a azufre), visitábamos a los caimanes en el parque prin-
cipal de Tocaima, que después, cuando era más grande, me entere que no eran
ningunos caimanes, sino una especie de lagartos pequeños llamados babillas.
Pero definitivamente lo que más me gustaba del viaje, era el tren, desde la esta-
ción de la sabana, hasta la estación de Tocaima, era un fantástico viaje que dura-
ba 9 horas, de 4 de la mañana hasta la 1 de la tarde. Por eso les cuento, lo más
detallado que pude acordarme, el desarrollo de esta aventura. Mis padres para via-
jar, siempre escogían el día lunes, ya que, según su teoría, este día, los servicios
de hotel, transporte y restaurante, se lo prestaban a uno con mucho entusiasmo,
ya que era inicio de semana y todo estaba nuevo. Ahora sí, empecemos a recordar.
LUNES, 4 DE LA MAÑANA
Hora de levantarnos, para cerrar maletas, revisar equipaje con la supervisión de mi
padre, era así, chanclas y vestidos de baño de Blanca, Yaneth y Beto, zapatos de baño
de mi padre, que debían ser especiales debido a sus seis callos. En la maleta grande
(una amarilla de cuero, llena de correas y candados) iba la ropa de Jorge y Blanca, en
una maleta mas pequeña, (jaspeada y a cuadros, estilo paño escoces), con dos chapas
grandes y doradas, iba la ropa de Yaneth y Beto.
Entre Blanca y Beto, debíamos cargar maletas, cerrar casa (2° piso), ya que el prime-
ro lo teníamos arrendado a la señora Emelina, su esposo y sus tres hijos y al compadre
policía, su esposa e hijo. Como parte de la salida, estaban las vaciadas con cariño de
don Jorge, porque nos demorábamos para hacer las cosas, o porque él se ponía ner-
vioso y nos echaba la culpa a nosotros de todo lo que se le olvidaba o lo que el no hacia
bien, mejor dicho, la vaciada era hasta por sospecha. Cierro los ojos, y después de 60
años, me parece estar recordando esos momentos, donde la única que se salvaba de
la vaciada, era Yaneth, y eso porque tenía 5 años.
Año tras año la cantaleta era la misma: “Carajo, (la única grosería que decía, no,
había otra), granpendejos, no tuvieron un año para arreglar todo… y es el colmo
que no estén listos… pues ya no vamos… váyanse solos, allá en Tocaima los es-
pero”, mi madre, con esa paciencia y amor que tenía para lidiarnos y quichiquiarnos,
siempre le contestaba: “Pues usted viaje solo, allá nos vemos, cojo a mis dos chi-
nos y usted es el que se lo pierde”, obviamente, cuando mi padre veía a mi madre
en esa actitud, decía: “Pues conmigo, pan y cebolla”, esa era su frase de pelea, se
quedaba callado, se rendía ante nosotros y ya mamando gallo (ese era su genio), nos
decía: “Venga más bien les saco una foto y Blanca, no nos amarguemos el rato, tu
organizas todo, y más bien camine, que se va el tren sin nosotros”.
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