Page 286 - Biografia
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Yo Beto: Una Historia Chévere para contar



               En las noches, montaba en triciclo grande con Yaneth, visitaba los pozos de agua
            azufrada (donde odiaba ir, primero porque lo embadurnaban a uno con barro medi-
            cinal y segundo, por el olor a azufre), visitábamos a los caimanes en el parque prin-
            cipal  de  Tocaima, que después,  cuando  era más grande,  me entere que  no eran
            ningunos  caimanes, sino una especie de lagartos pequeños  llamados  babillas.


               Pero definitivamente lo que más me gustaba del viaje, era el tren, desde la esta-
            ción de la sabana, hasta la estación de Tocaima, era un fantástico viaje que dura-
            ba 9 horas, de 4 de la mañana hasta la 1 de la tarde. Por eso les cuento, lo más
            detallado que pude acordarme, el desarrollo de esta aventura. Mis padres para via-
            jar,  siempre escogían el día lunes, ya que, según su teoría,  este día, los servicios
            de hotel, transporte y  restaurante, se lo prestaban a uno con mucho entusiasmo,
            ya que era inicio de semana y todo estaba nuevo. Ahora sí, empecemos a recordar.


                                               LUNES, 4 DE LA MAÑANA


               Hora de levantarnos, para cerrar maletas, revisar equipaje con la supervisión de mi
            padre, era así, chanclas y vestidos de baño de Blanca, Yaneth y Beto, zapatos de baño
            de mi padre, que debían ser especiales debido a sus seis callos. En la maleta grande
            (una amarilla de cuero, llena de correas y candados) iba la ropa de Jorge y Blanca, en
            una maleta mas pequeña, (jaspeada y a cuadros, estilo paño escoces), con dos chapas
            grandes y doradas, iba la ropa de Yaneth y Beto.

               Entre Blanca y Beto, debíamos cargar maletas, cerrar casa (2° piso), ya que el prime-
            ro lo teníamos arrendado a la señora Emelina, su esposo y sus tres hijos y al compadre
            policía, su esposa e hijo. Como parte de la salida, estaban las vaciadas con cariño de
            don Jorge, porque nos demorábamos para hacer las cosas, o porque él se ponía ner-
            vioso y nos echaba la culpa a nosotros de todo lo que se le olvidaba o lo que el no hacia
            bien, mejor dicho, la vaciada era hasta por sospecha. Cierro los ojos, y después de 60
            años, me parece estar recordando esos momentos, donde la única que se salvaba de
            la vaciada, era Yaneth, y eso porque tenía 5 años.


               Año tras año la cantaleta era la misma: “Carajo, (la única grosería que decía, no,
            había otra), granpendejos, no tuvieron un año para arreglar todo… y es el colmo
            que no estén listos… pues ya no vamos… váyanse solos, allá en Tocaima los es-
            pero”, mi madre, con esa paciencia y amor que tenía para lidiarnos y quichiquiarnos,
            siempre le contestaba: “Pues usted viaje solo, allá nos vemos, cojo a mis dos chi-
            nos y usted es el que se lo pierde”, obviamente, cuando mi padre veía a mi madre
            en esa actitud, decía: “Pues conmigo, pan y cebolla”, esa era su frase de pelea, se
            quedaba callado, se rendía ante nosotros y ya mamando gallo (ese era su genio), nos
            decía: “Venga más bien les saco una foto y Blanca, no nos amarguemos el rato, tu
            organizas todo, y más bien camine, que se va el tren sin nosotros”.






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