Page 288 - Biografia
P. 288
Yo Beto: Una Historia Chévere para contar
tocaba bajarnos en el paradero de Tocaima, esto era porque el tren se abaste-
cía de agua en ese paradero ya que no había estación y Tocaima quedaba a 10
minutos del tanque de agua, así que teníamos que bajarnos a las carreras, bajo
el rayo del sol, ya que eran las 12:30 del mediodía, pero aun así, era fabuloso.
Nuestro tiquete era perforado por el conductor en Mosquera, Madrid, Bojacá, Zipacón
(aquí debían poner otra máquina para que el tren pudiera subir la loma), Facatativá, en
esta parte, el tren hacia un recorrido en Z, mi padre me explicaba que era por la topo-
grafía del terreno, para enrumbarse hacia el Ocaso, la Esperanza y la Florida, donde
comíamos gallina, más exactamente la pierna y pernil, con yuca y papa, envuelta en
hojas de plátano. Luego venia Cachipay, san Joaquín y Apulo, ahí salíamos con las
maletas a la plataforma, que era el sitio para pasar de vagón a vagón, de ahí ya nos
faltaba poco para llegar al paradero Tocaima.
En Facatativá comíamos café con leche y mogolla o pan francés, este desayuno era
“impajaritable”, ya que, si lo tomábamos antes, nos mareábamos, eso decían mis pa-
dres, por eso creo que nunca tuvimos este inconveniente en ninguno de nuestros viajes.
Durante el trayecto, mi padre nos llevaba al “coche restaurante”, a mí me gustaba, por-
que miraba el paisaje por la ventanilla, la comida era muy rica y había mucha, mi padre
nos compraba cuanta “chuchería” o golosina quisiéramos, ya que el viejo (donde me
hubiera pillado diciéndole así, me habría ganado mi cachetada), nunca fue chichipato.
Ah…! No podían faltar las fotos en todo momento, cuando quiera, estimado lector y
lectora, los invito a disfrutarlas, saboreando un delicioso chocolate santafereño, con
almojábanas y tortillas de huevo sin cebolla ni tomate ni queso, por favor, Ahh…! Que
ricooo…! Son solo 6 álbumes fotográficos, porque yo de tecnología, pocón… pocón
1 DE LA TARDE
En la estación Tocaima, donde nos bajábamos, hacía un calor tan hijue…madre, entre
29 y 30 grados, sin exagerar. Como había poco espacio donde nos bajábamos, tenía-
mos que estar bien pegados a los matorrales cuando fuera a arrancar el tren, recogían
la manguera con la que cargaban de agua el tren en el paradero y de nuevo el encar-
gado hacía sonar la campana y gritaba: “Vamonooossss…!”
Si estábamos de buenas, que siempre lo estuvimos, abordábamos una busetica peque-
ña (le cabían 8 personas), era pintada con los colores del expreso Bolivariano y se de-
moraba 15 minutos de ahí hasta el centro del pueblo, que era donde nos quedábamos.
Era conducida por un señor gordo, de bigote, muy atento y su ayudante que, después
averigüe, como buen periodista y cronista que soy, era el hijo, un chino de mi edad.
Después de dejar a los pasajeros del tren ubicados en los hoteles y pensiones del pue-
blo, el resto del día este chino gritaba: “A la piscina… a la piscina azufrada”. Cuan-
do uno estaba de malas y no llegaba la busetica al improvisado paradero donde nos
288