Page 119 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 6



               Nunca pude disparar, mientras cumplía lo que llamaban el servicio obli-
               gatorio. Estaba loco por probar los fusiles y pregunté que tenía que hacer
               para poder gatillar. Me contestaron que debía hacer guardia y como era
               mimado me pusieron en la lista de centinelas. Al comenzar el adiestra-
               miento, me explicaron que si sentía ruidos durante mi guardia, debía
               preguntar tres veces: “¿quién va?” y si nadie contestaba, podía disparar.


               Una noche estaba de turno. Serían aproximadamente las 3 de la mañana,
               cuando sentí ruidos. Grité un “quién va”, que ni yo mismo oía del ner-
               viosismo. Pronuncié el segundo aviso y el tercero lo realicé con toda la
               fuerza. Cuando me disponía a disparar, apareció el ronda que estaba ca-
               minando y patrullando por la zona. La pura verdad, me quedé picado.

               En la fiesta por el aniversario de la FAE, solían realizar un gran baile.
               El suboficial Lastra que administraba el bar, había llevado a sus hijas
               al festín. Eran hinchas del Deportivo Quito y me conocían, porque
               ya era jugador del club. Comencé a bailar con ellas, provocando la
               rabia del Sargento Arroyo, que tuvo la desfachatez de acercarse para
               preguntarme: “si me sentía muy guapo”. Él estaba ya tomado algunas
               copas y yo en juicio, porque había llegado recién a las 5 de la tarde. Sus
               compañeros nos separaron, previendo que podía ocurrir un incidente.

               Fue a buscarme una segunda vez, aclarándome que quería pegarme.
               La tercera no tardó en llegar. Eran las siete y media de la noche y la
               fiesta estaba llegando a su fin. Yo salía del salón iluminado y él estaba
               entrando. “Ahora sí”, le grité y no tardamos en fajarnos. Tres golpes
               acabaron dándome la victoria en forma fulminante.


               Tras el incidente me fui a la cuadra, me acosté y esperé para que vean
               que no me fui corriendo, que no me asustaban. A la mañana siguiente,
               me dieron la orden de que tenía que presentarme ante el Mayor Valdéz,
               que era el Jefe de la Base Aérea. Me identifiqué y el me contestó con un
               terminante grito de: “30 días a la relación”.


               Fue  una  orden implacable.  Pregunté  que  era  ir  a la  ‘relación’  y  me
               explicaron que era estar preso el tiempo determinado, sin salir un solo
               instante. Dejé lista la cama, entregué todo lo que me habían dado,

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