Page 115 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 6
GAnábAMOS UnA MiSERiA
n mi tiempo de jugador no había la posibilidad de hacer fortuna
con lo poco que se ganaba. A raíz de la fundación de AFNA y la
Einstauración del balompié profesional nos pagaban 400 sucres
mensuales. Cobrábamos de febrero a noviembre, es decir, solamente
durante el período que duraba el campeonato: 10 meses. En diciembre
y enero no recibíamos un solo peso. Aparte nos pagaban 20 sucres
como premio especial por partido ganado.
Era imposible vivir bien con ese dinero. La mayoría de jugadores trabaja-
ban para poder cubrir sus necesidades y el resto, como en mi caso, éramos
estudiantes y vivíamos bajo la protección de los padres. En aquel tiempo
un empleado de banco, un cajero, ganaba 800 sucres mensuales, el doble
de lo que percibíamos los jugadores. Una persona que recibía 1.200 sucres
mensuales era un burócrata de primera y podía vivir cómodamente.
Había algo a favor: el costo de la vida no era muy elevado. Un buen
sanduche se podía comprar por 40 centavos. A ese precio los vendía
Onofre, que funcionaba frente al Colegio Mejía. Hoy no alcanza lo
que se gana y hablo del término medio de la población. Me refiero
al trabajador común, al obrero y si bien es cierto que tenemos una
moneda dura, le perdimos el respeto al valor del dinero. El dólar que
se paga en el Ecuador les sirve a otros, a los que vienen de Colombia,
de Perú y de otros países en los que no se maneja en foma habitual la
moneda estadounidense.
Cuando firmé con Barcelona, Deportivo Quito recibió 22 mil sucres.
Ni un sucre más ni un sucre menos. Ese precio superó la marca estable-
cida por la transferencia de Solórzano que había costado 20 mil. Por
eso pasaron a decirle: “Veinte mil Solórzano”. Ahí mejoró mi situación
económica y era justo, porque pasé a convertirme en el jugador ecua-
toriano que más había costado. El pase récord. Me fijaron un sueldo de
2.500 sucres mensuales y tenía un puesto de ‘pipón’ en la aduana por el
que recibía 1.500 sucres cada mes.
Memorias de un triunfador 115