Page 113 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 5



               y los reglamentos no eran severos. A lo mucho se producía la expulsión
               y final de la cuenta. En los desplazamientos a provincias nos lanzaban
               cáscaras y luego nos apedreaban el bus, llegábamos con los vidrios
               convertidos en añicos, pero ninguno herido, porque nos lanzábamos
               al piso. Era la pasión del fútbol. Valía todo o casi todo.


               LEOnEL MOnTOyA: dE EnEMiGO A RESpETAdO AMiGO

               La más grande rivalidad que mantuve en una cancha de fútbol en mi
               época como jugador activo fue con el colombiano Leonel Montoya,
               que jugaba de zaguero central y tenía gran calidad. Llegó de Medellín
               y causó sensación. Yo jugaba algunas veces como número ‘10’ y en
               otras como ‘9’. Un día lo enfrenté y el partido estaba de ‘hacha y tiza’.
               Chocamos y el ‘paisa’ que era dueño de un gran verso, llevó la peor
               parte. Se puso morado.


               Enseguida me  amenazó: “No  te acerques  a  las 18  yardas,  porque
               te parto”, sentenció sin tapujos. “Tú me haces algo y si no puedo
               desquitarme, no se te ocurra pasar por la Plaza del Teatro, porque vas a
               sufrir como nunca en tu vida”, riposté sin pensarlo dos veces.

               Cuando terminó el partido, se dirigió a mi, como el caballero que
               siempre fue y nos amistamos. “Así es el fútbol”, se disculpó y a partir
               de ese mismo momento entablamos una amistad inolvidable. Le he
               invitado a mi casa en varias oportunidades, hemos estado juntos en
               reportajes y entrevistas y cultivamos una amistad sin barreras.

               Las amenazas que se lanza en la cancha, hasta anunciando la muerte
               del rival, es una gran mentira. Es pura boquilla. A Leonel lo quiero
               muchísimo. Es un profesional que le entregó su sapiencia y le hizo
               mucho bien al fútbol ecuatoriano. Tiene bien ganado su prestigio.
               Dejó una gran estela como jugador y después como técnico.


               Otro nombre que me revuelve la nostalgia es Eduardo Bores. El
               ‘Zorro’ llegó a ser un auténtico patriarca. Llegó ya maduro como
               jugador a Guayaquil y después se trasladó a Quito, donde fijó su lugar
               de residencia para siempre. Era un hombre de respeto, de profunda

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