Page 116 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            Si, confieso: “trabajé de pipón”. Es un decir, porque me hacían constar
            como vistaforador o inspector, pero jamás asistí al supuesto trabajo.
            A lo mejor fue en Barcelona donde estaba de inspector. Cuidado que
            esto último lo digo en son de broma, porque en mi tránsito por el club
            canario puse todo mi empeño, como lo hice con todas las camisetas que
            vestí. Recuerden que las cantidades escalaron, porque ya habían pasado
            cinco años desde que arrancó el profesionalismo en Pichincha.

            Todos querían jugar en Barcelona. La situación era similar a la que
            se vive en la actualidad. Todo el tiempo ha sido así. Vestir la amarilla
            era un boom publicitario, era el mejor equipo del Ecuador, el más
            popular  y además pagaban bien. Llegué a recibir, multiplicada
            por cinco, la cifra que ganaba en Deportivo Quito. Marcharme a
            Guayaquil fue un gran negocio y una exquisita experiencia. Barcelona
            fue un precursor en el fútbol ecuatoriano. Una fuente de prestigio,
            una institución demasiado grande. Jugar en el ídolo siempre fue un
            privilegio. Es cierto que varios despistados, no lo entendieron cuando
            recibieron semejante oportunidad, pero la vida sabe cobrar facturas a
            los irresponsables.


            QUiSE SER MiLiTAR, pERO ME dESpEChAROn

            Cuando cursaba el tercer año de la secundaria, el primo hermano de mi
            padre, el coronel César Montúfar, era Vicerrector del Colegio Militar.
            Fuimos tres alumnos del Colegio Nacional Mejía a rendir las pruebas,
            pero los alumnos del ‘Patrón’ éramos mal vistos por los brigadieres y
            por los instructores que tomaban los exámenes. Pasamos las pruebas
            físicas y técnicas sin ninguna dificultad. Cuando todo parecía indicar
            que todo marchaba sin sobresaltos, sucedió algo inesperado.

            Estábamos con sed y fuimos a tomar agua. Un brigadier del cual no
            voy a citar el nombre se regresó y dijo: “Ah, están con sed. Cojan
            las cantimploras, llénanlas con el agua de esa cocha y tómenla”. El
            agua estaba con estiercol, con hierba y algunas otros residuos. Nos
            resistimos y el brigadier vino a enfrentarme, obligándome que me lleve
            el recipiente a la boca. Ante su agresividad saqué la mano y lo puse en
            el piso. El nocaut me traería serias consecuencias.

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