Page 120 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            incluído el fusil y pensé para mis adentros: “Yo preso 30 días, ni loco,
            me largo este rato”.


            El momento que me marchaba de la Base Aérea apareció el Suboficial
            Leopoldo Vélez, que era Jefe de Máquinas. Habló con el mayor Valdéz y
            le contó la verdad. Le explicó que el sargento Arroyo fue el que provocó
            y que la pelea fue inevitable ante tanta amenaza. En otras palabras, le
            refirieron que el ‘supuesto agredido’ fue el provocador.

            El sargento de marras tenía los dos ojos adornados por grandes
            moretones. Valdéz pidió la comparecencia de dos testigos, que me
            favorecieron con su versión. El Mayor Valdéz se convulsionó y ordenó
            el inmediato traslado de Arroyo a la ‘relación’ por 30 días. Me liberó.
            Me salvé de milagro. Otra vez había caminado por el filo de la navaja,
            pero siempre en compañía de la fortuna y la protección divina.


            Nadie había conseguido castigarme. Hasta que apareció un día
            cualquiera, el suboficial Lolo Marchán que vivía al frente del negocio
            de mi papá y era hincha a muerte del Deportivo Quito. Me dice: “le
            voy a poner media hora de servicio especial, porque la verdad usted ha
            pasado en la FAE, más plácidamente que en un colegio de monjas”.

            Cumplió su advertencia. Di varias vueltas alrededor del avión, hice
            decenas  de  flexiones y  sapitos. Cumplí  su  castigo  lleno de coraje
            y al terminar  la penitencia, le anuncié que había dejado de ser mi
            amigo. El Teniente ‘Balón’ Barreiro, que acolitó a Marchán se reía
            sin disimulo. El soldado Ernesto Guerra había perdido su condición
            de protegido. Era justo y merecido, digo ahora que ha pasado tanta
            agua bajo el puente.

            Mi paso por la FAE constituye una página hermosa de mi vida. Un
            recuerdo imborrable. Me dio carácter, personalidad, experiencia y
            maravillosos momentos, como aquella vez que me marché a las Fiestas
            Octubrinas en Guayaquil, en compañía de los suboficiales, que en su
            gran mayoría eran entrañables amigos. Fuimos a pasear, me embarcaron
            y pasamos de lo lindo. ¿Quién me puede quitar lo bailado?



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