Page 126 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza
Cordillera que funcionaba en el piso superior. Así hasta las 8 de la
noche que venía el servicio de la cena, hasta el cierre total a las 11 de la
noche. Una jornada ardua.
A la mañana abríamos a las 8, ofreciendo desayunos y café. Teníamos
cocineros de primera, entre los que destacaba uno que vino del Bonder
Bar del Teatro Bolívar con la misión específica de preparar los cebiches.
Aprendí a manejar la máquina de café que hacía los expresos y también
las wafleras. También metía la mano para acelerar la atención.
Los sanduches de pollo con una taja de huevo duro en la parte superior
fueron un éxito. Eran parecidos o mejores a los que servían en el
Hotel Majestic. Toda la implementación y el montaje de los diferentes
negocios los pude concretar con las reservas económicas que pude
guardar, gracias a mi actividad en la cancha.
Toda mi vida fui un buen ahorrista. Cuando me pagaron mis primeros
500 sucres por el primer contrato que firmé en el fútbol, abrí una
cuenta corriente en el Banco del Pichincha, depositando 20 sucres.
Cuando fui a dejar la segunda cuota de 40 sucres, el cajero me dijo:
“Chulla, usted va a llegar a tener plata” y afortunadamente para mi fue
una gran premonición.
Mi papá trabajó toda la vida con el Banco Pichincha, mi hermana
Carmela, igual. Era y es nuestro banco preferido. El que toda la vida
nos brindó seguridad. Al que seguimos unidos fielmente.
Cuando ya estuvo asentado el funcionamiento del Café Cordillera,
pensé en poner un hotel pequeño, buscando ampliar el radio de acción
y obtener mayores réditos. Compré una casa en la calle Bayas y Avenida
10 de Agosto y puse a funcionar la residencia, a la que bautizamos
como Cordillera. Estaba frente al restaurante ‘El Padrino’, que era de
propiedad de Milton Rodríguez Coll, hermano de Carlos, Alfredo y
Oswaldo, los tres destacados periodistas deportivos.
La apertura les vino como anillo al dedo a todos los equipos de
provincias, que tenían que jugar en la capital. Yo sabía que era lo que
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