Page 128 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            Corría el año 1967. Hacia ya tres años que había dejado el fútbol. No
            estaba en contacto con sus personajes y es más, nunca más había ido al
            estadio. Me había desaparecido como por encanto de los círculos que
            rodeaban al balompié.

            El  Deportivo  Quito,  campeón  nacional  de  1964,  había  descendido
            a Segunda Categoría en 1965. El momento era crítico, el presidente
            había abandonado el barco, el tesorero se había convertido en humo y
            me tocaron las fibras más íntimas, la médula, la sangre azulgrana que
            siempre ha fluído por mi cuerpo y terminé aceptando la propuesta de
            colocarme desde el día siguiente el buzo de director técnico. Ahí arrancó
            sin saberlo, una carrera de 28 años tras la raya de cal, matizada con cuatro
            títulos nacionales y una serie de logros que me lanzaron al estrellato y a la
            fama. Sin duda, fue un día bendito. Por la propuesta y por mi aceptación.
            Seguramente estaba escrito en el libro de mi destino.


            Hice pocas preguntas, realicé una radiografía general a vuelo de pájaro,
            pensé en que mi hermano Oswaldo, que seguía como presidente en
            Concentración Deportiva de Pichincha podía facilitarme la cancha
            del estadio de El Ejido y no pensé más. Me trepé en una loca aventura
            por las condiciones ínfimas que rodeaban al plantel. La excursión
            apuntaba al fracaso.


            Cité a las 11 de la mañana al primer entrenamiento. No había arreglado
            mi vinculación. No tenía contrato ni nada firmado. Apenas existía la
            promesa de que el equipo podía disponer del dinero que producían las
            taquillas. Era un verdadero albur.


            Solamente teníamos varios balones, que los traía ‘Pirulo’ que era el
            utilero del club. El club recibía el apoyo de varios mecenas entre los
            que estaban mi papá; Castrillón; Lucho Granja, el dueño de la marca
            de discos; los Ribadeneira Sáenz y el ingeniero Al Horvat.


            Nombraron como tesorero a César Maldonado, que era funcionario del
            Banco Central. Hizo un gran trabajo para paliar y estimular la parte fi-
            nanciera y logramos ganar el ascenso. Un logro maravilloso, para quien
            como yo, daba el primer paso como técnico de fútbol de un equipo pro-

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