Page 136 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            Al recibir el adelanto se compraron ropa para armar el viaje a un destino
            que para ellos era una incógnita. Aguerre no había pisado nunca el
            aeropuerto de Carrasco. Yo fui a conocer su casa, era muy humilde.
            Viajamos en compañía de los tres. Me refiero a Barreto, Batainni y
            De Los Santos. Luis Alberto Aguerre se desplazó en otro vuelo que
            aterrizó en Guayaquil y luego arribó a Quito.


            Los acomodamos a los cuatro en una residencia en el sector de La
            Mariscal. Se sintieron a gusto desde el primer momento. Entrenábamos
            todos los días en Chillogallo, en la cancha del Colegio Cinco de Junio.
            Cruzábamos la ciudad todos los días, en el bus que alquilamos a Neptalí,
            un hincha que tenía su puesto de trabajo en La Marín. Fue un gran acierto
            contratar a esos uruguayos modestos. Si eran argentinos, seguramente
            habrían protestado por el camino empedrado que llevaba a Chillogallo.
            Conjugaron con nuestros jugadores, se metieron en el grupo.


            Recuerdo una anécdota de aquellos largos desplazamientos al sur de la
            capital. Un día, en el trayecto, encontramos a un muchachito chupando
            caña. Y Luis Alberto Aguerre gritó sorprendido: “Mirá aquel, está
            comiendo madera”. Todos celebramos a lo grande la ocurrencia. El
            marco de trabajo era modesto, pero hermoso. Nos bañábamos en agua
            fría y en duchas al aire libre.


            Debutamos en Guayaquil y logramos el triunfo jugando de visitantes.
            Ahí nació la costumbre de ganar y los cánticos en el trayecto a los
            estadios. El ‘Negro’ Alvarado, un moreno picante, de gran humor
            y alegría entonaba: “Negra, negra, negra... hay mueve la cintura”,
            mientras por el lado uruguayo Luis Aguerre y Manuel Batainni,
            respondían con el: “Se oye un ruido de pelota y no sé y no sé lo que
            será”, cántico original de la hinchada de Peñarol, que terminó siendo el
            himno de combate azulgrana, después de aquel 1968.


            Estuvimos invictos varios partidos, hasta que perdimos en Ambato.
            Para ese partido me desgarré y no podía ni pararme. Tuve que usar
            bastón. No soltamos nunca la punta. En Manta hubo una gran bronca.
            Le pegaron a Víctor Manuel Batainni y se armó tremendo lío. Salimos
            del estadio al hotel, custodiados por la policía. Estábamos almorzando

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