Page 141 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 6



               Figuras de calibre mundial, muchos de ellos, titulares fijos en la ‘Celeste’.
               Peñarol ya había sido tres veces campeón de la Copa Libertadores
               de América. En 1960, 1961 y 1966, la última, en la mítica final de
               Santiago de Chile que ganaron 4 a 2, tras ir perdiendo 2 a 0 ante River
               Plate en el primer tiempo.


               Aquel día, el Atahualpa se repletó hasta la bandera. Dicen las malas
               lenguas, que hasta se vendieron los talonarios. Creo que fue la primera
               vez en la historia del escenario quiteño que no ‘cabía ni un alfiler’. El
               protocolo contempló la bienvenida a ese fenómeno que fue Alberto
               Spencer, que triunfaba en uno de los más grandes equipos del mundo.
               Y se rompieron los fuegos.

               El ‘Poeta’ Barreto acarició la valla aurinegra cerca del final del primer
               tiempo. Habíamos realizado dos variantes, con relación al equipo que
               alcanzó el campeonato. Contratamos a Héctor Morales que tomó
               la ubicación de Gonzalo Calderón y en la punta derecha, el ‘Tarzán’
               Enrique Garrido, sustituyó al ‘Petiso’ Sánchez.


               La idea era aportar más fuerza a la vanguardia y lo conseguimos.
               Peñarol empató en el complemento, y Deportivo Quito se lanzó como
               un vendaval. Ahí se produjo una falta penal, que el referí Delgado dejó
               sin sanción, cuando el línea, el venezolano Chechelev tenía levantada
               la banderola, pidiendo la pena máxima. Se armó un escándalo terrible.


               Los espectadores se lanzaron  a la cancha  y el motín tomó  cuerpo.
               Quemaron varias motos y patrulleros. Ayudamos a que salgan ilesos
               los jugadores de Peñarol y al árbitro que lo querían linchar, lo llevamos
               a nuestro vestuario. Ahí lo disfrazaron de obrero. Omar Delgado
               tuvo la suerte de que los porteros del estadio tenían a la mano varios
               uniformes de los trabajadores que estaban laborando por la zona de la
               puerta de Maraton.


               El  papá de los Tapia, que fueron buenos jugadores de fútbol y que
               estaba encargado del cuidado del estadio, encontró entre herramientas,
               palas, picos y galones de pintura, un overol que le quedaba corto al
               referí norteño que era corpulento. Estaba incómodo, pero era su carta

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