Page 144 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            la economía de la familia, su alimentación y su vestuario. Los cuatro
            uruguayos en general habían cambiado de alguna manera el nivel de
            vida de  sus seres queridos. Ahorraban hasta  el último  centavo  y se
            privaron de muchas tentaciones.

            En la casa de Aguerre habían cambiado los muebles, la cocina y la casa
            -decían ellos-, había sufrido una transformación importante. Esas
            actitudes tan nobles de Lucho me conmovieron. Su lucha, su espíritu
            ganador, su dedicación, lo convirtieron en mi preferido.


            Decían que era como mi hijo y efectivamente lo fue. A todos los trataba
            por igual, pero el haber conocido al detalle la vida de Aguerre, inclinó
            mis afectos. No en vano ha llegado a donde está. Es un gran empresario
            del fútbol. Un hombre honrado y próspero que forjó a pulso su futuro
            y ahora vive sin inconvenientes financieros.


            ‘Monseñor’ Aguerre fue y es un tipo querible. Él vivía preocupado de
            su indumentaria. Así fue desde el día en que lo contratamos. Vino a
            jugar con bermudas y una gorra que parecía que la habían utilizado
            en la Primera Guerra Mundial. Un día le escondieron la gorra en la
            concentración, enloqueció y no quiso tapar.

            Yo fui a la casa de mis viejos y le conseguí gorras de todos los colores,
            pero no las aceptó. La suya era una gorra cebosa, pero era su cábala.
            No la cambiaba por ninguna. Contaba que estaba con ella, desde sus
            inicios en el balompié. Era su protección y la ‘llamadora de la buena
            suerte’. Nunca contó el motivo.


            Luis Alberto Aguerre fue el primer arquero que utilizó gorra en el
            Ecuador. Y también bermudas, porque en aquella época, los goleros
            usaban pantaloncitos cortos y estrechos. Carlos Rodríguez Coll lo
            bautizó como ‘Monseñor’.


            Es que el relator manabita ponía motes acertados a todos los actores
            del fútbol. A Héctor Morales, le decía ‘Talla única’ por la facilidad que
            tenía para aparecer en cualquier sector de la cancha; a Enrique Portilla,
            le llamaba ‘El Enyesado’, porque jugaba erguido como una palmera.

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