Page 15 - LIBRO ERNESTO
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En 1958 marcó otro registro, fue el primer jugador serrano transferido al
               ídolo porteño y estableció el precio récord de un traspaso en el balompié
               nacional: 22 mil sucres, superando en dos mil, la cifra que habían pagado
               meses antes por ‘Veinte mil’ Solórzano.

               Debutó en el Clásico del Astillero y marcó el solitario gol del triunfo,
               metiéndose de entrada al ‘Pueblo amarillo’ en el bolsillo’. El George
               Capwell hirvió de emoción. Era casi un sacrilegio que un jugador
               quiteño se apodere del amor de una tribuna guayaquileña. Eran los
               tiempos voraces del malsano regionalismo, en el cual los dirigentes
               y el periodismo de Quito y Guayaquil montaban cruentas batallas
               que metían astutamente a los jugadores en medio de la hoguera de
               semejante desquicio.


               Ernesto pasó el examen, pero volvió al equipo de sus amores para
               encontrarse nuevamente con la historia, al marcar el 21 de marzo de
               1963, el primer gol en el bautizo del Estadio Atahualpa, que hasta ese
               día se lo conocía como el Estadio Olímpico de Quito. Fue en el primer
               minuto de juego, doblegando al golero Bazán del Alianza Lima de Perú.
               Luego fue un pilar en la consecución de la primera vuelta olímpica como
               campeón nacional que reposa en la mente de la hinchada azulgrana.
               Fue en 1964, en un torneo atípico en el que no participaron los equipos
               porteños, que habían dominado la competición desde el arranque. La
               ausencia de Emelec, Barcelona y Everest, el equipo en el que nació a
               la gloria Alberto Spencer, dejó en competición a Deportivo Quito,
               Liga, El Nacional, América de Manta, Juventud Italiana, Politécnico,
               Macará y América de Ambato.


               La obtención de la primera corona le abrió el derecho a Deportivo Quito
               para participar en la Copa Libertadores de América de 1965, año que
               sería el último en el que solamente jugarían los campeones. En 1966,
               la Conmebol amplió el abanico dando cabida a los subcampeones,
               impulsados y hasta obligados por los dirigentes de la Asociación
               Uruguaya  de Fútbol,  que  fueron  con  Gastón  Guelfi  y  Washington
               Cataldi a la cabeza, los mentalizadores del evento continental, pero
               que no soportaban el desfase emocional y económico que significaba
               dejar a Peñarol o Nacional fuera de la competición.

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