Page 18 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            nombrar otro técnico. No lo pudo soportar con esa sangre caliente y
            ese temperamento ganador que lo desborda. Se presentó en la reunión,
            pidió cuentas de lo que estaban planeando y no tuvieron agallas para
            sacarle del puesto. Ahí mismo fue ratificado y comenzó un trabajo
            en mancuerna con Ney Mancheno, que manejó la parte económica
            y que a la postre terminó abrazado por el éxito con la obtención de la
            segunda estrella.

            Ernesto, que desparrama su gran memoria y vitalidad, ahora que está
            cerca de cumplir ocho décadas de existencia, aceptó gustoso la idea de
            plasmar sus memorias en un libro. Nos reunimos de lunes a viernes
            durante dos meses. Varias horas, todas las mañanas. Grabamos más de
            sesenta cassettes, en los que fue reconstruyendo las páginas de su ilustre
            vida. Desde los años de infancia en el reputado barrio de San Marcos,
            pasando por el cambio de domicilio a la Plaza del Teatro, que es como
            su ‘cielo terrenal’, hasta bucear a fondo los entretelones de su carrera en
            el rectángulo y fuera de él.

            Fueron charlas sabrosas, llenas de ingenio. Él contando sus aventuras
            por su propia cuenta y yo preguntando sin disimulo para puntualizar
            los hechos y sacarle punta a sus historias. Es un hombre querible, puedo
            dar fe. Es noble y carismático. Sólo amaga con su cara de bravo.


            Confieso, Ernesto Guerra es un ser humano admirable. Es directo,
            apasionado, enérgico, generoso, tierno, se muestra sin maquillaje, sin
            hipocresía. Es un padre inmejorable y un abuelo que vuelve locos a
            sus nietos que lo adoran con frenesí. Todo lo que tiene lo comparte
            con los suyos. La familia es la dueña de su tiempo y de sus desvelos.
            Es el ‘Patriarca’ del clan Guerra. Su sola presencia infunde respeto y
            también amor, una faceta dulce, que contrasta con el rostro pétreo
            e impenetrable que mostraba cuando sus equipos salían a la cancha
            y él acompañaba con una mirada serena, luciendo traje y corbata,
            convertido  en el  primer  técnico  que vistió de  etiqueta,  como  una
            muestra de respeto al gran público que lo mimó sin reservas.

            De sus artes de galán no puedo hablar, fue un capítulo que no quiso
            escarbar, que le planteé, pero logró escabullirse escondiendo los

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