Page 22 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            jornada doble, inclusive recibiendo el almuerzo en el casino de oficiales
            para que no descuidara su tarea de tiempo completo.


            “El que impone los horarios soy yo”, dice Ernesto que les dijo y otra vez
            se marchó sacudiendo la puerta de la sala de reuniones.


            La tercera fue la vencida. La dirigencia entendió por fin, que la jerarquía
            hay que pagarla y no se equivocaron. Cerraron el trato con quien fue
            el talismán de las grandes conquistas. Le pegaron al ‘gordo’ y Ernesto
            Guerra respondió a la inversión con triunfos y títulos, no sin antes
            estampar su firma en ocho documentos: un original y siete copias. Un
            caso único.

            En Nacional cerró su ciclo victorioso en 1992. Ya  no jugaban los
            grandes cracks que adornaron los planteles admirados de Nacional.
            Era un equipo más bien discreto, que comenzaba a denunciar el declive
            económico y de potencial futbolístico que alarma en estos tiempos.
            Pero Guerra, igual se arregló para dar la cuarta y última vuelta olímpica,
            en ese carrousel incomparable de victorias que acompañó su carrera.


            Dos años más tarde decidió retirarse. Durante 28 años ininterrumpidos
            había habitado el lugar más terrible y estresante del fútbol: la butaca de
            técnico. En ese largo tiempo, la selección también recibió su influjo.
            Bajo su mando, Ecuador empató en Buenos Aires ante Argentina 2 a 2
            en la Copa América del 83, en la primera gran alegría que brindaba la
            tricolor en campo rioplatense.

            Solo la actitud gansteril del juez boliviano Oscar Ortubé, que estiró
            mañosamente el tiempo por 14 minutos, le permitió al seleccionado
            dirigido por Carlos Salvador Bilardo, empatar con un penal de Jorge
            Luis Burruchaga, que liquidó un atraco que todavía nos duele, después
            de dos goles espartacos, uno de Hans Maldonado y el otro de Lupo
            Quiñónez, que emocionó tanto a la gente, que a la vuelta le agradeció
            en el aeropuerto de Quito, gritando al unísono: “Lupo presidente”.

            Varias veces se puso Ernesto al frente de la Tricolor. En el Mundialito de
            Brasil en 1972, en el Juventudes de América de 1974, en las Eliminato-

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