Page 219 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 10



               Llegamos a Quito, a las seis de la tarde. Al pie de la escalerilla del avión
               estaba el Alcalde Jamil Mahuad. La multitud estaba enfervorizada. El
               aeropuerto era una sola fiesta. En el trayecto hasta la tribuna de Los
               Shyris, compartí unos sorbos de vino con Carlos Efraín Machado, que
               estaba sediento. Al llegar al epicentro del festejo me esfumé. Mi familia
               me estaba esperando para celebrar en privado.


               Degusté un sabroso locro de cuero y carne apanada con huevos
               montados. Me recosté y me quedé dormido. El desgaste mental había
               pasado factura, porque yo al fútbol le entregué las 24 horas de todos
               los días del año. Por eso llegué al lugar que llegué.

               A la mañana siguiente apareció en mi casa el ‘Gordo’ Tobar, portando
               unos boletos para invitarme a una corrida en la Plaza de Toros. Eran las
               fiestas de Quito. Una vez adentro, con los boletos en la mano, porque
               no nos pidieron, comenzó la pachanga y el reconocimiento de la gente
               que me felicitaba en forma unánime.

               Esa tarde, el Concejo Municipal me nombró para que sea miembro del
               jurado para la elección de la Reina de Quito. La verdad, me llenaron
               de honores y también de un carnaval de copas de todos los colores
               y sabores. ¡Gracias, pueblo de Quito por tantas deferencias y tanto
               afecto! Los llevo en mi corazón.


               El 7 de diciembre armé la valija y me marché a Chicago en goce de
               vacaciones. En  la ‘Ciudad  de los  vientos’ me  esperaba  la colonia
               de ecuatorianos. En el aeropuerto me colocaron un collar y luego
               recibí una serie de homenajes. Entre ellos, uno que preparó Patricio
               ‘Cañoncito’ Peñaherrera, que vive en un elegante suburbio de esa
               ciudad estadounidense.

               El alcalde de Neward también me recibió en su despacho. Lo conocí por
               intermedio de Larry Medina, un amigo de la infancia. El burgomaestre
               posteriormente organizó un coctel y me obsequió un prendedor. Son
               unas esposas para adornar las corbatas. Esposas para arrestar, desde
               luego. ¡Qué fino detalle!



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