Page 217 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 10
Al final, retiraron el gigante obstáculo y ya estaban tras la puerta varios
miembros de la Marina Nacional. Lucho Tobar, que era el gerente y un
gran colaborador se adelantó y ya tenía acomodadas 16 colchonetas y 5
ventiladores, funcionando al final del corredor. Aclaro, no en el interior
del vestuario, porque olía a éter y a pintura fresca y los vidrios estaban
rotos. Lo habían pintado a propósito, casi sobre la hora del partido.
“Están muertos del miedo los de Barcelona, por eso hacen tantas
tonterías. En cambio nosotros venimos seguros y vamos a llevarnos
el título de campeones”, les machaqué a mis jugadores que lucían
serenos.
Un ayudante, que también era mi chofer, me comentó que tenían
preparado ‘pica pica’ para lanzarnos mezclado con orines, cuando
saltemos al campo. No entramos a la cancha utilizando la puerta del
túnel. Cuando salió la banda, aprovechamos para salir por la puerta
grande que da acceso al gramado del Monumental y los sorprendimos.
Desbaratamos todos los planes que tenían para perjudicarnos.
Barcelona se adelantó con gol de Julio César Rosero y terminó ganando
por la mínima diferencia el primer tiempo.
A esa altura, los que habían preparado el ‘pica pica’ ya habían regado
el polvito en el camino del túnel. Me di cuenta de la maniobra y decidí
que nos quedábamos en el entretiempo en el terreno de juego. En
lo futbolístico, cambié los planes y ordené juego ofensivo total para
la etapa complementaria. Daba lo mismo perder por 2 o más goles.
Había que buscar la paridad. Empatamos tras un tiro de esquina
con un soberbio cabezazo de Dixon Quiñónez, que enmudeció a
la parcialidad amarilla. El empate nos dio el título y dimos la vuelta
olímpica en el propio reducto torero.
Aquella victoria histórica en Guayaquil fue calificada por la prensa
nacional, como ‘El Monumentalazo’. Ocurrió el 25 de noviembre
de 1992. Fue mi cuarto y último título en mi carrera como director
técnico. Al final del partido, Isidro Romero y el arquero canario
Carlos Luis Morales se acercaron a felicitarme, en un gesto de nobleza
deportiva y caballerosidad.
Memorias de un triunfador 217