Page 222 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            Abrimos la llave, recuperando el aire ante Sporting Cristal de Perú. Venci-
            mos 3 a 0 en el choque en el Atahualpa. Todo parecía indicar que la clasifi-
            cación a la tercera fase estaba en el bolsillo, pero no contaba con la desmo-
            tivación total del plantel, que a esa altura ya había mostrado su rebeldía por
            la falta de tino y delicadeza de los dirigentes para solventar los contratos.


            En Lima, en el choque de vuelta se ‘hicieron los distraídos’ y perdimos
            4 a 0. ¡Adiós clasificación! Esa noche, en la capital peruana, Nacional
            se asemejó a una caricatura. Ya en el viaje de ida, percibí que no tenían
            ganas de jugar, que estaban abatidos por los problemas económicos.
            El plantel respiraba un profundo resentimiento. Se sentían castigados.

            A pesar del caos, Galo Merizalde siguió ‘montado en su macho’ y así nos
            fue. Jamás en la historia de la institución, ningún dirigente se había atrevi-
            do a dictaminar, que el arreglo del año anterior seguía en vigencia. Fue un
            acto dictatorial que pagamos caro y yo terminé pagando el pato. Esa misma
            noche, Merizalde me comunicó que dejaba de ser el técnico de Nacional.

            Habían encontrado al ‘Cabeza de turco’. No refuté y guardé silencio,
            sentí que habían consumado una injusticia. Siempre supe que los
            técnicos somos los fusibles de los dirigentes, pero aquella noche, al
            Coronel Merizalde y al resto de la plana de directivos de Nacional se
            les pasó la mano. Me lanzaron a los leones, para cubrir sus errores.


            A los pocos días, cuando ya estábamos en Quito, enviaron emisarios
            del club a conversar conmigo, pretendiendo que les devuelva el dinero
            que había recibido por la firma al cerrar el convenio para dirigir el 93.
            Era una cantidad alta, porque yo, a esa altura de mi carrera hacía valer
            mi cotización y mis logros.

            No voy a citar puntualmente la cifra, por respeto a la gente que trabaja
            tesoneramente y no puede acceder a esas cantidades. Les contesté
            que revisen el contrato. “Es por la firma”, les repetí, explicándoles con
            manzanitas para que no se pasen de listos.

            Luego, volvieron otra vez, rogándome que les devuelva la mitad y les
            frené, preguntándoles como a criaturas, si habían ido a la escuela y

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