Page 51 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 2



               En la cancha de ‘Los Capariches’ conocí a Wenceslao Espinoza, uno
               de los personajes más pintorescos del fútbol. Era árbitro y al mismo
               tiempo personero de la Empresa Municipal de Aseo. Wenceslao era
               uno de los contados audaces que se prestaba para dirigir los partidos, a
               los que otros corrían por temor a las represalias.


               Debuté con la blusa del Argentina enfrentando al Río Guayas. Salí
               a la cancha como titular y el ‘Yumbina’ Martínez, un jugador fuerte
               de sólida contextura me rompió la ceja de un codazo. Fue una cordial
               bienvenida al hostil mundo del fútbol. Esa noche regresé a las 7 a mi
               casa. Me había quedado con los compañeros tomando unas cuantas
               cervezas. Mi papá me sintió el aliento a alcohol y ese mismo instante
               me quemó la maleta con todos los implementos que estaban en su
               interior. Me quedé de una sola pieza. Fue una muestra fehaciente de su
               autoridad. No estaba para soportar mis arrebatos.


               No me quedó otra cosa que dedicarme un buen tiempo
               exclusivamente a estudiar, pero el ‘Bichito del fútbol’ no me dejaba
               en paz. Cumplía a cabalidad los horarios y las actividades escolares
               tratando de alcanzar el perdón de mi padre, que era un hombre
               muy generoso, pero muy terminante cuando intentábamos desviar
               nuestro comportamiento.


               Un buen día, apareció en uno de los diarios capitalinos una fotografía
               que decía: “Jugadores que prometen”. Estaba junto a Bolívar Vivero
               y Juan Ruales, dos jugadorazos, que eran mayores que yo y también
               estudiaban en el Mejía. Mi papá que compraba todos los diarios que
               aparecían en esos tiempos, como El Día y El Comercio decidió dar su
               brazo a torcer y pude continuar mi naciente carrera.

               Mi padre se transformó en el hincha más grande que tuve en mi vida.
               Comenzó a recortar todo lo que se decía de Ernesto Guerra en los
               periódicos y le encargó a mi hermano Aníbal, que los vaya archivando.
               Compraba todas las fotografías que le ofrecían. Coincidencialmente
               Lucho Pacheco, célebre fotógrafo de El Comercio, que vivía en la calle
               Manabí, cerca de El Camal antiguo, traía todas las fotografías que había
               captado en los partidos para ofrecerlas a mi papá, que le compraba

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