Page 55 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 3



               QUiTO ESTAbA REpLETO dE ESpECTáCULOS





                     ra una época en la que se vivía y se sentía a Quito en toda su di-
                     mensión. Estaba adornado de maravillosas sensaciones. El boxeo
               Eera parte íntima de la vida capitalina. Las peleas se realizaban
               en la Plaza Arenas. Ahí, en ese nostálgico escenario conocí al ‘Cacho-
               rro’ Cazares, a Noboa, a Herrera, a ‘Chispas’ Ramírez, después a Daniel
               Guanín, a Eugenio Espinoza, que ya peleaban en el viejo Coliseo de
               la calle Olmedo, el remodelado ‘Julio César Hidalgo’, de la actualidad.

               El último proceso del gran boxeo que tuvo Quito se desenvolvió en
               la Plaza de Toros Quito, en los tiempos que se eligió como auténticos
               ídolos a Eugenio Espinoza y a Jaime Valladares, el desaparecido ‘Chico
               de Oro’ que un día desembarcó en Ecuador, después de cumplir una
               excelente campaña en Colombia.

               El peregrinar era masivo a todos los espectáculos. Nos conocíamos todos
               y la misma gente desfilaba por las programaciones de boxeo, por los toros,
               por el básquetbol, que en esos tiempos animaban los equipos de Mercantil
               y Liga Deportiva Universitaria, que terciaban por los primeros escaños
               con el Ferroviarios guayaquileño, en el que destellaba ese crack de la canas-
               ta que fue Pablo Sandiford Amador, acaso la mayor estrella que apareció
               en los courts nacionales.

               Vivíamos en un ambiente de trabajo. La gente era confiada, honesta y
               muy honrada. Nadie ponía candados en sus casas. Amarraban con un
               cordón y dejaban emparejada la puerta. No habían hurtos y la vecindad
               tenía una relación hermosa. Las madres compartían con los otros niños
               lo que les daban a sus hijos.


               En Carnaval, pasar por la Manabí o por la Plaza del Teatro era para recibir
               un baño seguro. Nos divertíamos primero lanzando bombas, ocho o diez
               días antes. A todos nos encantaba disparar esos globos de agua para piropear
               a las féminas. Nuestras madres inflaban los globos y los colocaban en tinas.
               Siempre teníamos una reserva a la mano.

                                                Memorias de un triunfador   55
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