Page 60 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            En el negocio de mi padre tuve la suerte de conocer a Ernesto
            Espinoza, el padre de Rodrigo, Fabián, Marcelo y Ramiro, prestantes
            profesionales dirigentes del deporte y entrañables amigos. Don Ernesto
            era Secretario del Municipio y tenía su casa en La Tola. Todas las tardes
            pasaba por la trastienda para tomarse una copita, que él originalmente
            llamaba, el ‘gorro para dormir’. También pasaba el papá de los
            Ribadeneira, el progenitor de Jorge, excelente periodista de Diario
            El Comercio, de Rodrigo (+) y Francisco, grandes basquetbolistas y
            hombres de negocios.


            Solían compartir unas copas y escuchaban la radio, sobretodo en la
            época de la Segunda Guerra Mundial. Aún no habían inventado la
            televisión. Llegaban habitualmente a las seis de la tarde y se iban a las
            siete y media. Se marchaban a pie, porque vivían en lugares cercanos.
            También llegaban a la trastienda, Ernesto Albán, Paco Barahona,
            Benítez y Valencia y el Trío Los Indianos.

            El Día de la Madre se reunían en la noche y el primer sereno le entonaban
            a mi mamá. De ese Quito no me puedo olvidar. De su romanticismo,
            de la pureza de alma y corazón de sus habitantes. Los serenos que
            arrancaban entre las 12 de la noche y la una de la mañana eran muestras
            puras de amor. Las mujeres eran muy respetadas. Nuestro barrio era una
            gran familia. Se conjuntaban en la inolvidable Plaza del Teatro, el arte,
            la cultura, la amistad, el amor, la consideración y el afán de superación.
            Ninguno de los chicos que crecimos en la zona fue analfabeto. Todos
            los padres hicieron el esfuerzo para que sus hijos estudiaran.

            ERnESTO ALbán ERA UnA MARAviLLA


            Ya conté que laboré en mis años de juventud en el Teatro Nacional
            Sucre. Vuelvo a hacer referencia, porque en ese mítico escenario, que
            para mi es como el Colón de Buenos Aires -obviamente, guardando las
            distancias-, conocí a todos los actores prestigiosos de la época, pero no
            puedo olvidar el grato impacto que me provocó Ernesto Albán.

            En ese rincón majestuoso del arte, se engendraron las estampas quiteñas
            que desarrollaron con ingenio Chavica Gómez y el inolvidable ‘Omoto’

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