Page 61 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 3
Ernesto Albán. Ahí nacieron los eternos personajes de ‘Evaristo’,
y del ‘Sarsosita’, interpretado por Oscar Guerra. Ahí descollaron
derramando sabor, chispa e ingenio varios actores y también se abrió la
puerta para la música nacional. Fue en ese escenario donde se forjó la
fama de inolvidables dúos y tríos.
Las Estampas Quiteñas de Don Evaristo y compañía que tenían un
alto contenido de orden político se engendraron en el Sucre y luego
ampliaron su radio de acción por todo el país. Daban la vuelta a la
República. Iban de fiesta en fiesta por ciudades y pueblos regalando
alegría y risas a granel. Las estampas que presentaba Don Evaristo en
Semana Santa eran geniales.
Ernesto Albán hacía de soldado romano y Marco Barahona, de
Jesucristo. En una de esas presentaciones, Barahona se había tomado
unas copas y lo seguía haciendo entre capítulos. Al llegar al de los
azotes, el que fungía de Poncio Pilatos decía: “azótale” y normalmente
solo sonaba, era una simulación. Pero aquel día, Ernesto Albán lo
azotó de verdad. Evaristo era genial, se salía del libreto cuando quería
y dejaba en banda a sus compañeros que no atinaban respuesta. Les
tomaba malparados al Sarsosa, al ‘Gato’ Vásconez y los turbaba. Los
políticos vivían en la mira de Ernesto que los sacudía con su ingenio
ante el delirio de los asistentes.
Un dESpiSTAdO ME ATROpELLó
Cuando tenía cinco años sufrí un mal momento. Afortunadamente
había un dentista que vivía entre las calles Montúfar y Manabí. Yo estaba
transitando por la Montúfar y un vehículo me embistió. El conductor
perdió el control, me atropelló, lesionándome el tobillo y la pierna.
Fue un enorme susto, porque se armó un enorme griterío. La gente
aparecía por todas partes. Salía de las casas aledañas, del restaurante
Viña del Mar y del Salón España. De inmediato aparecieron como
por encanto las ollas en las que estaban preparando la comida, porque
el dentista vecino, el doctor Hurtado, pedía a gritos, que le trajeran
agua caliente. El tobillo estaba virado y el doctor lo puso en su sitio. La
vecindad de San Marcos estaba alarmada.
Memorias de un triunfador 61