Page 47 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 2



                     EL fúTbOL pOR EnCiMA dE TOdO





                     eguramente estaba cursando el quinto grado en el Pensionado
                     La Salle, cuando mi papá ya nos llevaba todos los domingos
               Sal estadio ‘El Arbolito’. Él era hincha a muerte del recordado
               Gimnástico y tenía un amigo íntimo que era dirigente del Gladiador.
               Mi papá tenía poderosos pulmones. Entonaba a voz en cuello, el
               infaltable y tradicional grito de los ‘Tres rases’, que ahora se ha
               perdido.

               Las tardes de los sábados jugábamos un “dos contra dos”. El uno
               hacía de defensa y el otro de atacante. El equipo rival estaba
               conformado por Galo Viteri y Milton Burbano, un gran profesional
               que llegó a jugar en el Aucas. En mi equipo hacía dupla con el ahora
               abogado Oswaldo Hidalgo, el gran amigo que me dio la vida. Cada
               gol cambiábamos de arco y de posición. Fue la semilla del fútbol en
               la zona.


               Fue creciendo el entusiasmo y nuestros vecinos se integraron.
               Comenzaron a formarse los equipos infantiles de 8, 10 y 12 años. Y
               se sumaron los vecinos dirigentes, que en su mayoría eran obreros.
               Apareció el Real Manabí Infantil, conformado por niños de 12 años,
               al que naturalmente fui integrado para participar en el campeonato
               de La Tola. Ese fue el punto de arranque de mi carrera futbolística.

               Me imantó el interés de la gente apostada en los graderíos, el jugar en
               cancha grande, enfrentando a rivales que tenían la misma mentalidad
               ganadora que nos alentaba a nosotros. Ese fue mi primer contacto
               en serio con el mágico mundo del balón. En esos partidos aprendí
               el valor e importancia de la victoria. ¡Que hermoso era ganar!. Fue
               ahí cuando les pedí a mis padres, que me inscribieran en el Colegio
               Nacional Mejía, al que había pasado Oswaldo Hidalgo, que estudió
               la primaria en el Centro Escolar Eloy Alfaro.




                                                Memorias de un triunfador   47
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