Page 44 - LIBRO ERNESTO
P. 44
Ernesto Guerra Galarza
aprovechaban para darnos sorpresas y mantenernos ilusionados. Así
nos formaron durante los años de nuestra infancia.
Papá, muy aficionado a los toros, me llevaba a las corridas. Recuerdo
que cuando vino la rejoneadora Conchita Cintrón, madrugamos a las
6 de la mañana, porque la Plaza Arenas se llenaba de bote a bote y no
había a donde poner un pie. Al ver a esta gran rejoneadora, que fue
la primera corrida a la que me llevó mi papá, la emoción de la fiesta
brava se instaló para siempre entre los gustos más queridos. La afición
capitalina también amaba al boxeo e ir a la Plaza Arenas era para
encontrarnos con la quiteñidad. Yo también fui un gran aficionado al
deporte de ‘las narices chatas y las orejas de coliflor’.
El miércoles de Ceniza, después del carnaval es el inicio de la
cuaresma, época de penitencia para culminar con la Semana Santa.
El Domingo de Ramos ibamos a la misa llevando la palma de ramos
y el romero. También habían las comidas tradicionales que se han
perdido: el mondongo, el caldo de patas de res, los chiguiles, los
tamales de harina de maíz con raspadura que llevaban el relleno con
cuero de puerco y las empanadas de morocho.
El miércoles santo asistíamos al tradicional Arrastre de las Caudas;
el jueves santo se conmemora la institución en la última cena de la
Eucaristía y el Sacerdocio, día en el que se celebra la misa crismática
en La Catedral, donde se bendicen los aceites para los sacramentos
y en todos los hogares se elaboraba la tradicional fanesca, que en la
actualidad se sirve el Viernes Santo.
Después de la fanesca nos íbamos con mi mamá al recorrido de las
Siete Iglesias: Carmen Bajo, San Agustín, Santa Bárbara, Santo
Domingo, Carmen Alto, La Compañía, El Sagrario y La Concepción.
Descansábamos en la Heladería San Agustín de la señora Andino,
donde nos atendía con mucho cariño su propietaria.
El Viernes Santo, día de silencio y recogimiento había una tradición:
no podíamos bañarnos, porque decían que nos ibamos a convertir en
pescados. No se, quién inventó semejante barbaridad. Escuchábamos
44